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Era peor: era una ambición hipócrita, sacrílega, simoniaca.

¡Vamos, silencio! le dijo doña Martina encarándose severamente con él. ¿Tienes ganas de llevarlas otra vez? Miguel no se ríe de ti... ¿Por qué se ha de reír, tontuelo?... Porque ... yo bien lo ... ¡Porque es un hipócrita!... ¡Silencio, te digo... y a comer! Miguel se había puesto muy serio, comprendiendo que había cometido una grosería, y que se la disimulaban por ser convidado.

Power pudiese ver en su persona un remedio. Es una broma nada más continuó . Esa señora es muy graciosa y nada hipócrita... Pero yo creo, señor, que a quien ella desea es a usted... Aprovéchese... Hágale ese favor.

El cocinero, con la cara encendida y todo el cuerpo tembloroso, permaneció unos segundos inmóvil. Después, antes de retirarse, dirigió una larga mirada iracunda a la doncellita, que seguía con los ojos en el suelo con expresión hipócrita donde se traslucía el triunfo del amor propio. ¡Chismosa! le vomitó al rostro más que le dijo.

Al echar una mirada a su doncella reflejada en el espejo, creyó observar algo extraño en sus ojos. Se volvió para mejor verlo. En efecto, Estefanía los tenía enrojecidos. ¡ has llorado, chica! ¿Yo?... No, señora, no. La manera de negarlo era hipócrita. La señora no tuvo necesidad de insistir mucho para que se lo confesase y aun la causa de su llanto.

¡Tuyo! ¿Qué dices, imbécil? Esto es mío: era de mi padre ... Yo que lo había guardado en alguna parte; pero no sabía yo dónde estaba. ¡Vanidosa! dijo Salomé, adelantando un brazo y una pierna. Tu nos has sumergido en la pobreza; tenías escondido este dinero. ¡Qué infamia! ¡Hipócrita! exclamó Paz retrocediendo, quítate de mi presencia. Dame ese dinero; no nos robes otra vez. Esto es mío.

Nos encerramos en el cuarto de mi tío, aseguramos las puertas y don Benito, con una cara de pascuas, abriendo los brazos exclamó: Don Ramón... ¡apriete, amigo! y buscó a mi tío para abrazarlo. ¡Oh! don Benito... ¡qué desgracia! ¿Desgracia? ¿Me representa usted el hipócrita? Celebre usted, amigo, el más grande de los aniversarios de su vida...

Barbacana era más grave, más autoritario, más obstinado e implacable en la venganza personal, más certero en asestar el golpe, más ávido e hipócrita, encubriendo mejor sus alevosas trazas para desmantecar al desventurado colono; era además hombre que prefería servirse de medios legales y manejar el código, diciendo que no hay tan seguro modo de acabar con un enemigo como empapelarlo: si no guarnecían tantas cruces los caminos por culpa de Barbacana, las cárceles hediondas del distrito antaño, y hogaño las murallas de Ceuta y Melilla, podían revelar hasta dónde se extendía su influencia.

No le han de valer rezos ni responsos vociferaba, ¡miren el muy hipócrita, que comía los santos y besaba la pezuña a los frailes, que se daba disciplinazos y se ponía cilicio, dejar en la calle a mi niño, a su hijo, tan hijo como ustedes y con tanto derecho a llevar su nombre! ¡Hipócrita santurrón!

Otro le decía con hipócrita blandura: «Tiempo habrá de vestir el sayal; pero antes precisas correr mundo y conocer todo el mal de la vida, para salir templado de ese fuego purgativo como el acero de las espadas. Sólo así podrás llegar a comprender la grandeza del sublime reverso realizado en los claustros