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Actualizado: 26 de mayo de 2025
En las primeras vacaciones que me dieron, y en recompensa de la buena censura que obtuve del sinodal en el examen, me permitió mi señor padre que hiciese un viaje de recreo adonde más me acomodase y por todo el tiempo que me pareciese prudente.
El ágil mozo había cosido y puesto imperdibles y alfileres en todo el cuerpo del maestro, convirtiendo sus vestiduras en una sola pieza. Para salir de ellas debía recurrir el torero a las tijeras y a manos extrañas. No podría despojarse de una sola de sus prendas hasta volver al hotel, a no ser que lo hiciese un toro en plena plaza y acabasen de desnudarlo en la enfermería.
El órden que se dió, que desistiese Del mando y del gobierno que tenia, Y al Cabildo y Consejo se le diese, Que aquestos dicen todos convenia. El Gomez, que fué causa que hiciese Don Diego la contada demasia, Y fuera al parecer su grande amigo, En viéndole sin mando, fué enemigo.
Paco amaba a don Braulio, aunque era quien más le había siempre echado en cara que se pasase de listo, que tuviese maneras de pensar que él calificaba de tortuosas y que se hiciese víctima de los más alambicados y singulares sentimientos. Apenas leyó la carta, creyó que Braulio estaba loco. No podía creer la falta de doña Beatriz: tan buena opinión tenía de ella.
Tres o cuatro veces estuvo a punto de tomar el sombrero y plantarse en casa de Belinchón, y dejar que las cosas siguiesen como habían comenzado. Los sentimientos honrados, bondadosos y compasivos que en su corazón existían; la voz de la razón que abogaba en defensa de Cecilia; el ángel, en una palabra, que todo hombre lleva dentro de sí, le incitaba para que lo hiciese.
La cuenta de la fonda no había que pensar en pagarla hasta más tarde: no hiciese el diablo que Cristeta por casualidad se enterara y se escamase. Al día siguiente, comió mientras Cristeta estaba en el teatro; pagó al amo, en persona, y le entregó la carta para la pobre muchacha, diciéndole: No sabía que la Moreruela y yo éramos vecinos de cuarto. Dele usted esto.
Las condiciones fueron, que se les señalase cuartel á parte donde pudiesen vivir juntos con sus familias, que de las presas se les diese la mitad de lo que se daba al soldado Catalan, que siempre que quisieren volver á su tierra pudiesen sin que se les hiciese violencia para detenerles.
Por el cura Fernández se enteró D. Juan Fresco, en quien influyó mucho el relato de las peregrinaciones y lances de fortuna de D. Fadrique para que se hiciese piloto y siguiese en todo sus huellas. Recogiendo y ordenando yo ahora las esparcidas y vagas noticias, las apuntaré aquí en resumen. D. Fadrique estuvo poco tiempo en el Colegio, donde mostró grande disposición para el estudio.
El hombre capaz de tales cosas ¿no podía serlo también de aspirar a su mano, no por su amor, sino por su fortuna? Cualquiera de aquellas indignidades era bastante a justificar el súbito desamor de Paz, y, sin embargo, para ella sólo una existía que realmente la hiciese mella: la infidelidad, el engaño.
Y los públicos, impresionados por estas noticias, fijaban sus ojos en el torero apenas salía a la plaza, con una predisposición a encontrar malo todo cuanto hiciese, así como antes le aplaudían hasta en sus defectos. La veleidad característica de las muchedumbres ayudaba a este cambio de opinión.
Palabra del Dia
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