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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Gabarda; el año 1555, siendo juez de Teruel Miguel Perez Arnal, al labrarse una capilla antigua de la Iglesia de San Pedro, se hallaron los cuerpos de D. Diego Martínez de Marcilla y de Doña Isabel de Segura, en un sepulcro y enteros, sin estar casi nada gastados.
Trujeron exploradores que nos buscasen los ojos por toda la cara, y a mí, como había sido mi trabajo mayor y la hambre imperial, que al fin me trataban como a criado, en buen rato no me los hallaron. Trujeron médicos y mandaron que nos limpiasen con zorras el polvo de las bocas, como a retablos, y bien lo éramos de duelos.
No faltó quien poco despues les avisase el lugar donde se escondian los que buscaban, y volviendo á entrar con doblada furia, hallaron á D. Ventura Ayarra, D. Pedro Martinez, D. Francisco Antonio Cacho y á un francès, que una hora antes habia tomado el hábito de religioso: los que perecieron tambien á mano de aquellos bárbaros.
Iba Sancho en medio, con su vara, que no había más que ver, y pocas calles andadas del lugar, sintieron ruido de cuchilladas; acudieron allá, y hallaron que eran dos solos hombres los que reñían, los cuales, viendo venir a la justicia, se estuvieron quedos; y el uno dellos dijo: ¡Aquí de Dios y del rey! ¿Cómo y que se ha de sufrir que roben en poblado en este pueblo, y que salga a saltear en él en la mitad de las calles?
14 Y hallaron escrito en la ley que el SE
Mas como aquí no había paseo suplementario desde donde espiarse, ni era fácil por la noche estar de espera en los balcones, aquellas ingeniosísimas damas, tan dignas como ingeniosas, hallaron un medio de dejar siempre a salvo su honra. Poco después de sonar las diez, hora en que daba comienzo el baile, enviaban hacia allá de descubierta, como caballería ligera, a sus papas o hermanos.
Levantáronse todos cuando entraron los forasteros, haciéndolos acomodar en los mejores lugares que se hallaron, y, sosegada la Academia al repique de la campanilla del Presidente, habiendo referido algunos versos de los sujetos que habían dado en la pasada, y que daban fin en los que entonces había leído con una silva al Fénix, que leyó doña Ana Caro , décima musa sevillana , les pidió el Presidente a los dos forasteros que por honrar aquella academia repitiesen algunos versos suyos, que era imposible dejar de hacerlos muy buenos los que habían entrado a oír los pasados; y don Cleofás, sin hacerse más de rogar, por parecer castellano entendido y cortesano de nacimiento, dijo: Yo obedezco, con este soneto que escribí a la gran máscara del Rey nuestro señor, que se celebró en el Prado alto, junto al Buen Retiro, tan grande anfiteatro, que borró la memoria de los antiguos griegos y romanos.
En esto, atravesaron al jabalí poderoso sobre una acémila, y, cubriéndole con matas de romero y con ramas de mirto, le llevaron, como en señal de vitoriosos despojos, a unas grandes tiendas de campaña que en la mitad del bosque estaban puestas, donde hallaron las mesas en orden y la comida aderezada, tan sumptuosa y grande, que se echaba bien de ver en ella la grandeza y magnificencia de quien la daba.
Caminaron la vuelta del enemigo; al salir del sol se hallaron de la otra parte de la montañuela, de donde descubrieron al enemigo mas poderoso de lo que la espia les dijo, y fué, porque dos horas antes llegó la mayor parte de su ejército que le faltaba.
El triste lamentar que allí hicieron, Dés que en tanta miseria nos hallaron, Aquel dolor y pena que sintieron, Las l
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