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Actualizado: 4 de junio de 2025


Por las mejillas del viejo linajudo ruedan dos lágrimas que se pierden en la nieve de su barba. Los mendigos y los criados se arrojan sobre la puerta. ¡Tengan ley de Dios! ¡Dadme un hacha! ¡Tengan ley de Dios! ¡Poned fuego a la casa por sus cuatro esquinas! ¡Perezcan entre llamas los hijos del Infierno! ¡No hay ley de Dios! ¡No hay ley de Dios! De pronto cesa el clamor.

Pero en breve se serena, aprieta a Gertrudis entre sus brazos y la arrastra consigo hacia la presa, donde se ocultan en la sombra más espesa. Cerca de ellos, al nivel de su cabeza, pasa Martín ciego de furor. El hacha que lleva brilla al débil resplandor de la espuma blanca. Se detiene al otro lado de la presa.

Armose el consiguiente motín, los bípedos se resistieron a abandonar sus franquicias, acudieron a la prensa, dijeron que el echar árboles al suelo era propio de los pueblos primitivos, y que es muy fácil construir una casa, pero que un árbol nadie lo construye mas que la naturaleza; hablaron del hacha devastadora y se autorizaron el dudar de los sentimientos poéticos de los concejales.

Y además, por pasar el tiempo. Pero no podrá usted dejar de confesar que infundía respeto en su banco de encina, con sus guantes blancos y su pechera, el día de la fiesta de la parroquia de San Juan. Yo prefería verle en el puente, con un hacha en la mano y su bocina en la otra respondió el ex artillero-cirujano-calafate llenando su vaso.

El pendón de las Navas de Tolosa que sacaban con gran pompa de la casa municipal en determinadas fiestas, lo había ganado a golpes de hacha uno de sus ascendientes. Su título de marqués llevaba el nombre del santo patrón de la ciudad.

Sus devociones habían sido puramente decorativas, como llevar hacha en una procesión o sentarse en los bancos de preferidos cuando se consagraba un obispo... En fin, con estas tonterías de su mujer, estaba el pobre Pez, no en el agua, sino sofocado y aburridísimo.

12 Mas acontecerá que después que el Señor hubiere acabado toda su obra en el Monte de Sion, y en Jerusalén, visitaré sobre el fruto de la soberbia del corazón del rey de Asiria, y sobre la gloria de la altivez de sus ojos. 15 ¿Se gloriará el hacha contra el que con ella corta? ¿Se ensoberbecerá la sierra contra el que la mueve?

Se estaba callada de la mañana a la noche, preparando el regaño, mientras Loppi andaba afuera con el hacha, corta que corta, buscando el pan: y en cuanto entraba Loppi, no paraba de regañarlo, de la noche a la mañana. Porque estaban muy pobres, y cuando la gente no es buena, la pobreza los pone de mal humor.

Allí era de ver la hercúlea fiereza con que un fornido inocentón manejaba el hacha sobre el tajo, haciendo trizas a la víctima, que había sido un inocentísimo carnero manchego, o benemérita vaca de la sierra de Gredos.

Instantáneamente apareció junto a la mesa del abogado un hombre de siniestra catadura, hasta entonces oculto en un rincón. No vestía como los labriegos, sino como persona de baja condición en la ciudad: chaqueta de paño negro, faja roja y hongo gris; patillas cortas, de boca de hacha, redoblaban la dureza de su fisonomía, abultada de pómulos y ancha de sienes.

Palabra del Dia

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