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Actualizado: 21 de junio de 2025


Y, sin embargo, sentíase humillado, adivinando que la verdadera rivalidad entre ellos no era zapateril, sino de otro orden más íntimo y personal, y que en aquella larvada e inevitable rivalidad acaso Belarmino saliese vencedor. Fué el jueves Santo, por la noche. Habíamos cenado en la habitación de don Guillen.

Pero aquí, en este triste cuartucho y frente a usted, no puedo incorporar la voz de la conciencia, sino que soy una pobre concavidad sombría en donde la voz de la conciencia hace eco. Aquello se iba poniendo serio. No sabiendo qué decir, permanecí con la cabeza gacha y los ojos fijos en un punto, que por ventura resultó ser el retrato del relicario. ¿Le gusta el marco? preguntó don Guillén.

Los poetas más antiguos no temían presentar á los reyes como simples mortales, y, con frecuencia, con los vicios y las pasiones más torpes, ni se hacían escrúpulo tampoco de poner en los labios de los vasallos un lenguaje noble y libre contra los tiranos. ¡Cuánta no es la osadía y la entereza del Cid, de Guillén de Castro, frente al rey D. Sancho! ¡Cuán obstinado y arrogante no aparece el Bernardo del Carpio, de Lope, contra D. Alfonso el Casto! ¡Cuántas comedias no examinamos antes, en las cuales queda humillado el poder real por las culpas de los soberanos!

Yo no si poseía el castellano, pero si así era, como supongo, no escribiría tan mal la hermosa lengua de Guillén de Castro, de Lope de Vega y de Ruiz de Alarcón. Sin duda, caballeros, que un espíritu chocarrero se está burlando de todos nosotros. Y dijo, y tomó el sombrero, y se retiró, sin que nadie pudiera detenerle. Mucho se habló en Villaverde del incidente.

Reconoció también una amistad vieja en la otra tablita blanquecina, donde, jeroglíficamente, se anunciaba un importante comercio. ¡Cómo recordaba Isidora haber visto en su niñez la redoma pintada, en cuyo círculo aparecían nadando unas culebrillas, o curvas negras de todas formas, que servían de insignia industrial a Encarnación Guillén, conocida en distintos barrios con el nombre de la Sanguijuelera!

En la mesa de casa de doña Trina no podía faltar un republicano acreditado. Este don Celedonio era sucesor de aquel jefe del partido republicano de Tarazona, ciudadano de gran desparpajo y barba bipartita, como ubre de cabra. Como usted guste respondió don Guillén espontáneamente.

Hicimos notar á su tiempo que en su Cid no se encontraban ninguna de las grandes creaciones de la magnífica tragedia de Guillén de Castro, de la misma manera que transformó en obra árida y pesada, que de ningún modo puede llamarse poética, á la comedia llena de vida de Alarcón, titulada La verdad sospechosa.

LEONOR. No, no morirás; yo iré a salvarte; del tirano feroz la sangrienta mano con mi llanto bañaré. ¿Temes? Leonor te responde de su cariño y virtud. ¿Aún dudas con inquietud? Ya no puedo ser del Conde. Cámara del Conde de Luna; éste estará sentado cerca de una mesa y don Guillén a su lado de pie. DON NU

Anoto estos detalles, quizás impertinentes, para que se vea que don Guillén era hombre atento a los detalles y moderado gratificador de los sentidos, de donde se deduce que, para él, la realidad externa existía, y que la aceptaba en toda su importancia, procurando solamente que el contraste con ella fuese lubrificado y terso.

Use usted el que prefiera. Pues prefiero don Guillén. Es el que suelen preferir las señoras dijo don Guillén, con dejo satírico. Por mi parte, si usted me lo permite, le designaré como señor Eurípides; me sabe a república entró a decir don Celedonio de Obeso, ateo declarado y republicano agresivo; en el fondo, un pedazo de pan, un zoquete.

Palabra del Dia

rigoleto

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