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Actualizado: 14 de julio de 2025


Mientras se entretiene, le presentaré a la patrona mayor, la señora marquesa de la Escalinata del Patio de Guardias. SITA. ¡Yo no si debo...! VERA. Hija mía: en nuestro sacerdocio, lo mismo que en los otros, hay que estar bien con todo el mundo; de lo contrario, aunque ponga usted en ello toda su buena voluntad, no llegará a ser nada... ¡Ah...! ¡Aquí llega nuestra querida presidenta...!

El equipaje alternaba las guardias de cuatro en cuatro horas, dividiéndose en guardias de babor y estribor, y Tommy, el grumete, avisaba con campanadas cuando se tenían que renovar los de un lado y los de otro. El capitán no debía de tener mucha confianza en aquella gente, porque había tomado grandes precauciones.

El comedor-alcoba fue Salón de columnas; la alcoba-guardarropa recibió por mote el Camón, de una estancia de Palacio que sirve de sala de guardias, y a la pieza interior donde se planchaba, se la llamó la Furriela. Para ir a su oficina, D. Francisco no tenía que salir a la calle.

He ido a pedir a Su Majestad la orden de Calatrava, que me ha rehusado, y es la sola que me falta... Esto es una injusticia. El oficial de guardias me dijo que el Rey no recibía a nadie, pues Su Majestad está enfermo. Y grandes y pequeños quedamos asombrados.

Este proyecto seria muy conveniente poderle poner en práctica, pues vemos la opresion en que está la frontera tantos años, sin poderse dilatar sus moradores fuera del cordon que forman las guardias.

Hacia la callejuela del Arsenal varios guardias nacionales arrastraban una pieza de artillería de veinticuatro.

La nulidad absoluta de las que llamamos guardias, es tan notoria

Los «nazarenos» no podían hablar, y marchaban escoltados por guardias municipales, cuidadosos de que los importunos no se llegasen a ellos para molestarles. Abundaban los borrachos en la multitud.

Conocía sus deberes. El ibicenco ha nacido para trabajar, vivir... y ser registrado. ¡Nobles inconvenientes de ser valeroso y que le tengan a uno cierto miedo!... Y cada atlot, viendo en el registro un testimonio de su mérito, levantaba los brazos y avanzaba el vientre, prestándose satisfecho al manoseo de los guardias, mientras miraba orgulloso hacia el grupo de las muchachas.

Ocho días después le instalaron los del Consejo en una casa muy hermosa que había pertenecido al Duque de Mercoeur, sin que tuviera que ocuparse de nada; los guardias ofrecidos y el cocinero ocupaban sus respectivos puestos. Los términos de la carta suplirían por solos la última confesión, según pintan las impresiones de la vanidad satisfecha; sólo que duraron poco.

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