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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Pues demuele tus templos; sepulta entre sus escombros a tus ídolos grotescos, y arroja su recuerdo de tu memoria, y de tu mente la idea que los derviches te han cristalizado en ella de un Dios incompatible con la extensión que alcanzan a estas horas las exploraciones hechas en las regiones científicas por la razón humana.
Si estuviera aquí mucho tiempo, acabaríamos por reñir y pegarnos. En el fondo odio a los hombres; he sido siempre su más terrible enemiga. Oyeron a sus espaldas el roce de la bata que arrastraba Cupido con grotescos contoneos: se aproximaba al balcón con doña Pepita para contemplar el amanecer.
Cuando abrían la portezuela de un horno para echar en él paletadas de carbón, su resplandor lo iluminaba todo con reflejos de incendio, y los hombres blancos de ojos azules aparecían grotescos y terribles bajo el hollín que tiznaba sus caras y sus miembros. Al cerrar la portezuela volvía el departamento a sumirse en una penumbra saturada de polvo de carbón.
Mil figuras van destacándose en la pared, como si una mano invisible las tallara en la piedra con sobrenatural prontitud, y lozana flora crece portentosamente a lo largo de las columnas, llevando en sus cálices animales grotescos o inverosímiles, que parecen haber sido producidos por ignorado germen en las entrañas mismas de la piedra.
Los peldaños eran de ladrillos rojos y gastados, y las paredes, pintadas de blanco, estaban cubiertas en todas sus revueltas de grotescos dibujos y enrevesadas inscripciones de las gentes que subían a la torre atraídas por la fama de la Campana Gorda. Gabriel ascendía lentamente, jadeando y deteniéndose en cada tramo. Estoy malo, Esteban... muy malo. Este fuelle hace aire por todas partes.
Ojeda y Maltrana, que estaban en el combés, cerca de los grotescos personajes, avanzaban la cabeza como si pretendiesen entender algo de este relato. ¿Qué dice, Fernando?... Las palabras tienen cierto runrún, como si fuesen versos. Son aleluyas. No entiendo bien, pero me parecen bobadas para hacer reír a esta buena gente.
El mismo silencio obstinado por parte de Fernanda. Las atenciones de Granate no le arrancan ni una sonrisa ni una palabra de gracias; sus ademanes grotescos y los desatinos que de vez en cuando deja escapar tampoco hacen surgir en el semblante marmóreo de la joven un gesto de fatiga o disgusto. A ratos dormita, a ratos contempla con ojos atónitos el paisaje.
Se vió en el rincón de su parque convertido en cementerio, junto á la carreta de los cadáveres; tuvo que remover la tierra propia confundido con aquellos prisioneros exasperados por la desgracia, que le trataban como un igual. Volvió los ojos para no ver los cadáveres rígidos y grotescos que asomaban sobre su cabeza, al borde del hoyo, prontos á derramarse en el fondo de éste.
No pensaba moverse. ¿Qué le importaban ya estas costumbres primitivas, estos retos de payeses? «Aúlla, buen hombre; grita hasta que te canses: estoy sordo.» Y para distraer su atención volvió a leer la carta, complaciéndose en el saboreo de la larga lista de acreedores, muchos de cuyos nombres evocaban visiones coléricas o grotescos recuerdos.
Lo mismo las damas que venían haciendo girar su quitasol de seda sobre el hombro, ostentando los menudos pies ceñidos por zapatos de tafilete, que las menestralas con blanco pañuelo de percal por la espalda y el clavel de rigor en el pelo, al levantar sus ojos negros, expresivos y encontrarse con las sonrisas de nuestros vecinos y los grotescos ademanes de admiración, sonreían también graciosamente.
Palabra del Dia
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