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Actualizado: 7 de octubre de 2025
Mis impresiones del presente de América, en cuanto ellas pueden tener un carácter general a pesar del doloroso aislamiento en que viven los pueblos que la componen, justificarían acaso una observación parecida. Y sin embargo, yo creo ver expresada en todas partes la necesidad de una activa revelación de fuerzas nuevas; yo creo que América necesita grandemente de su juventud.
Ahora bien, la Dorotea sufre porque no conoce á sus padres; yo la quiero bien, y te recompensaría grandemente si encontrases esos padres perdidos. Pude en el momento decirle: Su padre soy yo; su madre era una muchacha tan hermosa como ella, á la que conocí en su casa, donde estuve aposentado algunos días, y á la que me llevé conmigo. No sé si su madre vive ó ha muerto...
La reina se encontraba grandemente comprometida por una endiablada intriga de don Rodrigo, y doña Clara Soldevilla había salido sola á la calle por el compromiso de la reina, y seguida por don Rodrigo Calderón, al primero á quien encontró, de quien se amparó, como se hubiera amparado de otro cualquiera, fué de don Juan.
Pues bien; en la virtud de este retrato confiaba grandemente el hijo de don Santiago Núñez para facilitar sus primeras exploraciones en el ánimo de su madre. Sobre este apreciable matrimonio apenas se veía la huella del tiempo corrido desde que el lector le conoció, con motivo de una visita que le hizo la marquesa de Montálvez.
Al mismo tiempo que Isidora contaba sus desdichas al inocentísimo Canencia, ocurría no lejos de allí un hecho que, con ser muy triste, no afectaba grandemente a los que lo presenciaban. Eran éstos el Director facultativo, el administrativo, un practicante, alumno de Medicina, el capellán y un enfermero. El moribundo, pues de morirse un hombre se trata, era Rufete.
Había mandado llamar también, para consultar, a sir Carlos Hoare, el muy distinguido cirujano del Hospital de Charing Cross, y ambos habían estado grandemente confundidos en presencia de mis síntomas. Cuando, una hora después, me sentí suficientemente fuerte para poder hablar, Walker me tomó la muñeca y me preguntó lo que me había sucedido.
A usted lo he querido siempre, lo he querido siempre. Pero ella ya no estaba en sus palabras, y ni siquiera sentía el contacto de las manos de Muñoz. La madre de Adriana llamó con urgencia a Ernesto Molina para pedirle consejo. Por más que siempre consideró a Muñoz un marido ideal para su hija, le alarmaba grandemente la repentina decisión de casarse con él después de haberle burlado por otro.
Matildita dio cien vueltas en torno mío, como una gata mimada, intentando averiguar si me sentía enfermo, como decía, o bien me hallaba bajo el peso de uno de esos dolores morales que, por desgracia, ¡ay!, ella tan bien conocía. No le fue posible, y quedó grandemente desabrida. Encerreme en mi cuarto y me puse a escribir una carta a Gloria, que me resultó de nueve pliegos y una cuartilla.
Confortado un tanto el ánimo con esto; asegurado del Embajador, que quiso repasar y añadir de su mano alguna frase en la minuta, firmó á 9 de agosto de 1608 nueva carta al Duque: «Apiádese V. E., yo le suplico muy humildemente, de mí y de los míos, que si idolatré no lo hice sino necesitado y importunado grandemente deste Rey, engañado él de mi poco valor y de su mucha piedad.
D. Juan, que era también rico y tenía su cacho de orgullo, y sobre todo adoraba a su hija y creía que el día menos pensado vendría un duque de Madrid a pedírsela, se irritó grandemente, le llamó rústico, podenco, y juró que, antes de ver a su hija casada con semejante cafre, preferiría que se quedase soltera.
Palabra del Dia
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