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Actualizado: 8 de mayo de 2025
El hombre, cercado de regio esplendor, deja que le rindan vasallaje sus súbditos los elementos; en su séquito se encuentran también la Razón, en figura de anciano, y la Voluntad, en la de gracioso, enseñando el uno al hombre, que es sólo polvo, y el otro no cansándose nunca de ponderar su grandeza.
¡Oh señor -dijo don Antonio-, Dios os perdone el agravio que habéis hecho a todo el mundo en querer volver cuerdo al más gracioso loco que hay en él! ¿No veis, señor, que no podrá llegar el provecho que cause la cordura de don Quijote a lo que llega el gusto que da con sus desvaríos?
Traduzcamos esas cosas divinas al lenguaje humano, familiar, indigno de su grandeza, mas por el cual serán conocidas: Habiéndose complacido la Naturaleza por mucho tiempo en hacer y deshacer la medusa, en variar hasta lo infinito ese tema gracioso de la libertad naciente, cierta mañana, golpeándose la frente, se dijo: «He hecho una cabeza.
Y levantó su puño amenazante contra su hermana. Pero al ver la extraña figura que presentaba Miss con sus pegotes de merengue y corriendo medrosa, una carcajada de atolondramiento hinchó su lindo cuello, y como si nada hubiese sucedido, se agarró del talle de Concha, dándola un sonoro beso. ¡Qué gracioso...! ¿eh? ¡Qué cara va a poner mamá cuando la vea entrar en el salón con esa facha...!
A menudo hacía de gracioso el personaje que representaba al demonio. La parte recitativa, ordinariamente en yámbicos cortos, alternaba con la música y los coros. Indudablemente exigió la representación de estas piezas numeroso personal y gran aparato escénico.
Por fortuna, Judit no oyó las últimas palabras; porque en aquel instante el barón de Blangy, que iba detrás de ella, decía a su hermano: Ahí va Judit. ¿La amante de Arturo? Está loco por ella, y en camino de arruinarse... No lo extraño; yo haría lo mismo en su lugar. ¡Es guapísima! ¡Qué aire tan distinguido y qué fisonomía tan seductora! ¿Y qué me dices de ese talle tan elegante y tan gracioso?
Puedo asegurar que, a pesar de la distancia que separa ese tipo de nuestro ideal estético, no podía menos de detenerme por momentos a contemplar la elegancia nativa, el andar gracioso y salvaje de las negras martiniqueñas.
Perecía de risa la duquesa en oyendo hablar a Sancho, y en su opinión le tenía por más gracioso y por más loco que a su amo; y muchos hubo en aquel tiempo que fueron deste mismo parecer.
Apenas entró en casa, noté en su gracioso semblante cierta turbación, un estado de inquietud y desasosiego que me alarmaron. ¡Ay, Marianela, mi buena amiga, mi querida protectora, las cosas que a mí me pasan no le pasan a nadie!... Y rompió a llorar sobre mi hombro en forma acongojada y angustiosa. ¡Muchacha! ¡Me alarmas! Sosiégate, ¿Qué te pasa?...
La muchedumbre, al ver sus lágrimas, prorrumpió en una carcajada sonora. Nunca le había parecido tan gracioso el Hombre-Montaña. El profesor, atolondrado por la caída del coloso, corrió detrás de él dando alaridos de indignación. Luego, al ver que lloraba, lloró igualmente; pero, á pesar de su pusilanimidad, pensó que las lágrimas no podían resolver nada y su dolor se convirtió en indignación.
Palabra del Dia
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