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La espera pareció larguísima, hasta que en el fresco silencio sonaron muy lejanos los graves tintineos de unos cencerros. ¡Ya venían! ¡Iban a llegar!... Aumentó el estruendo de los cobres, acompañado de un galopar confuso que hacía estremecerse el suelo. Pasaron al principio algunos jinetes, que parecían gigantescos en la obscuridad, a todo correr de sus caballos, con la lanza baja.

Y estas luces iban pasando en su gradación por los más diversos colores: violeta, púrpura, rojo anaranjado, azul, y, sobre todo, verde. Los pulpos gigantescos se iluminaban al percibir la proximidad de una víctima como soles lívidos, moviendo sus brazos de mortífero tirón.

El conocía el palacio: á un lado, el vasto salón de conferencias y asambleas científicas, semejante á un Parlamento, con lámparas de cristal helado que afectan las distintas formas animales de las profundidades oceánicas; en mitad del vestíbulo, la estatua del príncipe Alberto vestido de marino y apoyado en la baranda del puente de su yate; al lado opuesto y en los pisos superiores, las colecciones recogidas durante los viajes de este navegante de la ciencia: miles de peces y moluscos, esqueletos gigantescos de cetáceos, piraguas y herramientas de pesca de los mares polares.

Otras veces era una iglesia la que aparecía igualmente blanca, de una alba intensidad, sólo comparable a la de la espuma, con caperuza de tejas verdes y azules, y en torno de ella gráciles palmeras y rosales gigantescos.

La luz de la antorcha marcaba sobre la superficie, aquí y allá, gigantescos hongos obscuros, grandes paraguas, cúpulas barnizadas que brillaban reflejando la roja llama. Eran naranjos sumergidos. Estaban en los huertos. ¿Pero en cuáles? ¿Cómo guiarse en la obscuridad?

Reina la vida del hormiguero: un hormiguero de percherones gigantescos, de carros monstruosos, de toda clase de vehículos. El vendedor de periódicos, rosado y risueño, salta como un gorrión, de tranvía en tranvía, y grita al pasajero ¡intanrsooonwoood!, lo que quiere decir, si gustáis comprar cualquiera de esos tres diarios, el Evening Telegram, el Sun o el World.

Imagínese cuántos naufragios pueden haber ocurrido durante un período tan largo; cuántos habrán venido á visitarnos forzosamente de esos hombres gigantescos que navegan en sus casas de madera más allá de la muralla de rocas y espumas que levantaron nuestros dioses para librarnos de su grosería monstruosa.... Nuestras crónicas no son claras en este punto.

El punto negro aumenta poco á poco; ahora se presenta ya como una nube indecisa, contrastando por su color negro con la superficie inmensa del desierto de un color rojo deslumbrador; luego la nube se extiende y se levanta sobre la llanura: es un bosque, sobre el cual empiezan á distinguirse las redondas cimas de las palmeras, parecidas á bandadas de gigantescos pájaros.

Pero quien repare un poco en la vida de los hombres notables que honran á la humanidad, comprende desde luego que Shakespeare, con una vida más tranquila, con una instruccion más sólida, quizás hubiese escrito dramas ménos gigantescos; que Moratin, nacido en el siglo XVII, acaso no hubiera tenido un talento bastante enérgico para salir de la oscuridad; que Hartzenbusch, ménos sabio y despues de arrojar en Los Amantes de Teruel todo lo que un hombre solo puede inventar, acaso hubiese valido ménos, mientras la musa inquieta y viva de Narciso Serra probablemente se habria muerto de fastidio en la fria, aunque sana atmósfera de una biblioteca.

Se veían gigantescos tecks, cuyos robustos troncos tenían setenta pies de altura y sostenían madejas de bejucos y de nefentes; mangostanos, parecidos a nuestros olmos, pero cargados de frutas gruesas como naranjas, con la carne violeta obscura y delicadísima al paladar; soberbios árboles del pan, cuyas frutas tienen una pulpa grisácea, que asada se parece en el sabor a las batatas; magníficos arenghes sacaríferas, especie de palmas con largas hojas plumadas, de las cuales se saca una especie de crin vegetal, que se emplea en la fabricación de ciertas vistosas telas, y cuyo tronco da por incisión un jugo dulce, que si se le hierve se reduce a azúcar; árboles de coco, muy cargados de fruta, y muchísimos gambirs, plantas que dan un líquido especial empleado con éxito para fijar los colores en las sedas y tisúes de lujo.