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Actualizado: 4 de mayo de 2025
¡Cuánto dinero hemos gastado! decía Feli, apreciando con el tacto la disminución del envoltorio que llevaba en la mano . Si seguimos derrochando así, dentro de poco pediremos limosna. Isidro la tranquilizaba: aún tenía más dinero para las necesidades de la casa. Y después, ganaría nuevas cantidades; contaba con su pluma para vivir.
¿Se habrá gastado ya el padre toda la plata que ha traído de allá, Fabriciano? No lo pienses, compadre. ¡Si era un montón tan alto que tocaba en el techo! Estoy seguro de que no le ha desmochado todavía el pico. ¿Qué queréis decir con eso? ¿Que yo he traído algo de allá que no fuera mío? preguntó Barragán con dignidad.
Y ansí fue éste; porque yendo la calle arriba, echando mi cuenta en lo que le emplearía que fuese mejor y más provechosamente gastado, dando infinitas gracias a Dios que a mi amo había hecho con dinero, a deshora me vino al encuentro un muerto, que por la calle abajo muchos clérigos y gente en unas andas traían.
Feli, arremangándose los brazos, pegados a su frente los rebeldes rizos con el sudor y el polvo, daba pataditas en el suelo y torcía el gesto, no encontrando nunca a su gusto la posición de la cama. Quería que se viese bien, que la luz hiciera brillar el oro con todo su esplendor: para esto habían gastado el dinero.
Los gastos que uno tiene son cada vez mayores. ¿A que no sabes lo que llevo gastado este año, vamos a ver? Poca cosa respondió el duque con sonrisa despreciativa. ¿Poca cosa? Pues pasa de setenta y cinco mil duros, y aún estamos en Noviembre. ¿Qué dices? manifestó el duque con viva sorpresa . No puede ser. Lo que oyes.
Aunque por un refinamiento de hombre gastado le placiesen para queridas las mujeres de genio vivo y hasta un poco agresivas, los arranques de la hija del sillero rebasaban ya los límites de lo tolerable. No era posible continuar. Sus planes sabios corrían peligro de hundirse para siempre con aquella chiquilla violenta y caprichosa.
¡Y en la iznorancia! concluía, ahuecando la voz, el ilustrado Cerojo, que en su vida había gastado media peseta en libros que no fueran «rayados, para cuentas».
Como otros tres o cuatro de los que asistían a diario al club, entraba en él y alternaba con toda la alta aristocracia, sin derecho alguno. Alcántara era de familia humilde, hijo de un tapicero de la calle Mayor. En muy poco tiempo se había gastado la pequeña hacienda que le dejó su padre y después vivió del juego y a préstamo. A todo Madrid debía y hacía gala de ello.
Pero lo que más me atrajo la atención en el misterioso paquete, fué algo forrado con paño de un rojo hermoso, bien que bastante gastado y desvanecido. Había también en el forro visibles huellas de un bordado de oro, igualmente muy gastado, de tal modo que puede decirse que apenas quedaba nada.
Tuvo, a los dos años, un hijo medio podrido, que no vivió más que el tiempo necesario para heredar a su madre. Pues hoy Sierra-Calva no tiene que comer si no se lo prestan los amigos. Pero ¿en qué lo ha gastado tan pronto?
Palabra del Dia
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