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Actualizado: 13 de junio de 2025


A un dramaturgo le basta con escribir al margen de su original la siguiente acotación: «Salón elegante. Es de noche. Fulana y Zutana aparecen por la izquierda y en trajes de baile...» No necesita añadir más; el resto queda encomendado á la diligencia de los comediantes y del director de escena.

Si sor Fulana estuvo asomada á la celosía y dejó caer un billete, y si recogió el billete un estudiante. Si sor Fulana soltó por su celosía un rosario bendito, que fué á caer en la halda de la capa de un soldado. Porque en aquellos tiempos había enamorados y galanes de monjas.

Las descripciones leídas de otras desgracias; la muerte imprevista; el mundo que desaparece; la familia; los amigos; el natural arrepentimiento del viaje; las personas que nos esperan; la fiesta frustrada; el instinto que clama por la conservación; el alma que condensa todo su poder, todas sus facultades para el instante supremo, y que, despidiéndose de misma, se dice: «aquí era la muerte.....»; todo esto y mil nimiedades que no cómo caben en aquella situación extrema, mil ideas frívolas, unidas á otras muy solemnes y graves, la muleta, la mano cortada, lo que será uno sin dientes, la cuestión de la inmortalidad del alma, lo que dirá fulana cuando sepa lo sucedido, cómo llegará la noticia al hogar paterno, y un punto de conformidad cristiana, y una mirada al cielo, y la tranquilidad más estoica, y el miedo más miserable: todo eso y mucho más, resumido en una idea multiforme, súbita, luminosa, intuitiva, llenaron aquellos cuatro segundos, abreviatura y término de la existencia.

Poco faltó para que la creyeran santa. La más leve falta le producía tal escozor en la conciencia, que no se contentaba con ir a pedir perdón de rodillas a aquella a quien había ofendido, sino que, al reunirse la comunidad a la hora de comer, se arrodillaba delante de todas y decía con lágrimas: «Hermanas mías, me acuso de haber ofendido a Fulana, de este o de otro modo, dando mal ejemplo a la comunidad», y también se acusaba de sus pensamientos malos: «Hermanas mías, me acuso de ser soberbia, de tener mucho amor propio y creer que hago las cosas mejor que ninguna.

En todo el mundo sería conocido por su mujer o por su amiga y no le llamarían Fulano ni Mengano, sino el de Mengana o el de Fulana. No floja contrariedad es esta, pero bien puedes sobreponerte a la contrariedad, dando razón de quién eres por virtud de tus altos hechos, a fin de que seas célebre y ensalzado como Morsamor y no meramente conocido y mencionado por amigo de donna Olimpia.

La baronesa Fulana iba con el suyo en carruaje, mientras el marido guiaba afanoso los caballosNo quedaba dama en la corte a quien no le arrancara una tirita de pellejo. No perdonaba siquiera a su esposa.

En cambio, si los antiguos partidarios del clair de lune de la tienda de paños tenían que declarar la inferioridad moral relativamente al sexto mandamiento no más de aquellos tiempos, recababan para ellos el mérito de las buenas formas, del eufemismo en el lenguaje; y así, todo se decía con rodeos, con frases opacas; y al hablar de amores de ilegales consecuencias se decía: «Fulano obsequia a Fulana», v. gr.

La idea de la felicidad ajena guía su intervención. La casamentera armoniza a su gusto cualidades, tendencias, fortunas, representación social, etc. «A Fulano le conviene Fulana». «A Fulana le conviene Fulano». Ella, la casamentera, concierta lo que podríamos llamar condiciones externas Combina matrimonios en frío, como un matemático resuelve una ecuación.

Eso del amor, no es más que galantería mundana, inventada por poetas y novelistas defensores del pecado, que nunca puede dominar á una alma cristianaAhí tienes, chiquita, todo un compendio de sabiduría que siguen los jóvenes al salir de nuestras aulas, y son felices. ¿Y esto, que respetan y acatan muchachos con más barbas que un granadero, que poseen toda la ciencia de nuestra Universidad, lo atropellas , muñeca ignorante? ¿Te atreves á buscar marido por tu propia cuenta y á tener amoríos, cuando hombres que ostentan títulos académicos no osan poner los ojos en una mujer sin venir aquí antes á decirme: «Padre Paulí, he pensado en Fulana ó en Zutana: ¿me conviene?» y se van tan satisfechos de los consejos del Padre, siguiéndolos fielmente?... ¡Ay, Pepita... Pepita!

Palabra del Dia

rigoleto

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