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Actualizado: 24 de mayo de 2025
La cámara del capitán y la del teniente se hallaban bajo cubierta y tenían ventanas con rejas; delante de ellas estaba nuestra cámara y encima de las tres la sobrecámara, en el alcázar de popa, formando dos cuartos separados por un mamparo: uno que ocupaba el piloto, Franz Nissen, un dinamarqués que no hablaba nunca, y otro el médico, el doctor Cornelius.
¿Y tú? ¿Te han reconocido en la aldea? pregunta Franz, cuya insaciable curiosidad se dirige entonces al suelo natal. ¡Nadie! dice Juan echándose a reír y retorciendo el bigote, cuyas puntas insolentes amenazan al cielo. ¿Y en casa? Juan toma entonces una expresión seria y tiende la mano a su camarada. ¡Ah sí!... todavía tienes que ir allá. Eso debe hacerte tictac ahí dentro.
Todo lo hacía por espasmos y se cansaba de todo, de sus estudios, de su pereza y de sus desórdenes. Era hombre de mucha capacidad, notable como músico; como predicador, muy elocuente; y hábil periodista. A los cincuenta y dos años murió, y su mujer e hijo quedaron en la miseria. Pero Franz Schubert, el niño maravilloso de Viena, vivió de otro modo, aunque no fue mucho más feliz.
En la tienda del panadero, la lámpara se enciende antes de la hora de comer. Franz Maas está sentado bajo la claraboya, muy ocupado en hacer sus cuentas.
Entonces, Franz renunció a disuadirlo. La mirada inquieta de Juan se alza a cada instante hacia el reloj. Ya es hora dice, tomando su gorra. A las doce pasa la diligencia. Espérame en la posta y llévame dos billetes de cien táleres; eso me bastará para la travesía. Lo restante puedes devolvérselo a él; no lo necesito... Hasta luego.
Old Sam era un desertor de la marina inglesa, hombre inteligente y práctico. Tenía unos cincuenta años. Vestía marsellés y una gorra de pelo y llevaba el pito de plata, pendiente de un cordón de seda negro, enlazado en el ojal de la chaqueta. Franz Nissen, el timonel, era el que no abandonaba nunca la rueda del timón. Era un viejo ex presidiario que no hablaba con nadie ni se mezclaba en nada.
¿De quién, entonces?... ¡Desgraciado!... ¿De quién, entonces? exclama Franz Maas en el cual se despierta una terrible sospecha. Cierra la puerta y siéntate dice Juan. Voy a contártelo todo. Pasan las horas. La tempestad sacude las hojas de las ventanas. El aceite crepita en la lámpara que humea. Los dos amigos están sentados, con las miradas fijas uno en el otro.
Le he enviado un billete con un muchacho que encontré en la calle y cuya vuelta he esperado. La halló sola en la cocina, y nadie lo ha visto. A las once estará ella en la presa... y yo ¡ay!... yo también. Juan, no hagas eso... ¡te lo suplico! exclama Franz con angustia; ¡te va a suceder una desgracia!
Palabra del Dia
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