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Actualizado: 8 de julio de 2025
Además Dios era misericordioso, hacía la vista gorda. Y por supuesto, quería don Frutos ir a ese mundo mejor con el recuerdo de la mala vida pasada, porque si no, ¡vaya una gracia! ¿Para qué querrá don Frutos acordarse de lo bruto que ha sido sobre la haz de la tierra? preguntaba Foja al oído de Orgaz hijo.
El señor Magistral dijo Mesía, hablando por primera vez al corro no es un místico que digamos, pero no creo que sea solicitante. ¿Qué significa eso? preguntó Joaquinito Orgaz. Se lo explicó Foja. Se discutió si el Magistral lo era. Dijeron que no Ronzal, Orgaz padre, el Marquesito, Mesía y otros cuatro; que sí Foja, Joaquinito y otros dos.
Aquel valor que él sentía ante una sotana, por la esperanza irreflexiva de que la mansedumbre obliga al clérigo a no devolver las bofetadas, aquel valor desaparecía pensando en los puños de don Fermín. «No había salida. No había más que acabar con él ayudando a Foja, ayudando a Glocester, a todos los enemigos del tirano eclesiástico».
Porque tampoco se lo ha propuesto contestó Ronzal. Don Álvaro observó que Quintanar se ponía colorado. Le había sabido mal la alusión de Foja. «Sí, aludía a su mujer al hablar del Magistral; con él iba la pulla». Lo cierto es continuó el ex-alcalde que nos exponemos a un desaire, como dice muy bien el presidente.
Barinaga moría hablando, pero sin saber lo que decía; sus frases eran incoherentes; mezclaba su odio al Magistral con las quejas contra su hija. Unas veces se lamentaba como el rey Lear y otras blasfemaba como un carretero. Y diga usted, señor Foja, ¿hay arriba algún cura? Dicen que ha venido el mismo Magistral.... ¿El Magistral? ¡No faltaba más!
¿Cómo aquel socarrón, marrullero, siempre alerta, se había dejado llevar de aquel arrebato? No había tal cosa. Estaba muy sereno. Bien sabía su papel. Su propósito era agradar a don Álvaro, por causas que él conocía; y aunque el presidente del Casino fingiera defender al canónigo, a Foja le constaba que no le quería bien ni mucho menos.
No se pudo averiguar de qué se moría don Santos, pero a la media hora se corría por Vetusta que, por culpa del Provisor, se habían pegado y desafiado Foja y Somoza, y no se sabía si el mismo Ripamilán había recogido alguna bofetada.
Más despacio, señores, más despacio interrumpió Foja que no quería desperdiciar el arma que le ponían en las manos para atacar al Magistral . Estas cosas no se pueden juzgar filosóficamente. Filosóficamente es claro que no le importa a uno que le entierren donde quiera. Pero ¿y la familia? ¿Y la sociedad? ¿Y la honra?
En aquel momento se le ocurrió una frase y para exponerla a su auditorio con toda solemnidad se detuvo, extendió la mano, como separando a los otros dos, y echando el cuerpo del lado de Foja le dijo al oído, a voces: ¡Amigo mío, de todo ha de haber en la Iglesia de Dios! Rieron los otros el chiste, y no cesaron las carcajadas, hasta que el Magistral pasó al lado de los murmuradores.
Cada vez era su poder mayor y más cruel su tiranía. Las ventajas de don Álvaro en el ánimo de Ana las pagaba el clero parroquial, aquel clero que Foja decía respetar tanto.
Palabra del Dia
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