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Actualizado: 21 de julio de 2025


Nos casamos en Wymondham, en el condado de Norfolk. Cuénteme toda la historia, Mabel la insté, después de una pausa prolongada, esforzándome por conservar una fingida calma exterior, que no coincidía ciertamente con mis sentimientos más íntimos y profundos. Su pecho se levantaba y bajaba jadeante debajo de sus encajes y chiffons, sus grandes ojos maravillosos brillaban llenos de lágrimas.

Porque no era el inferior quien sintió doña Luz que le hablaba, ni el cortesano insolente tampoco, cuya superioridad se revela al través de su fingida cortesía, sino el hombre de la misma clase que ella, que habla como igual, pero con las atenciones delicadas que a una señora principal se deben siempre. Doña Luz lo comprendió así, se complació en ello, y lo agradeció todo.

Si se pretende que, impulsados por la narración fingida, nos decidamos a ser virtuosos a fin de alcanzar el premio, y a no ser viciosos para no incurrir en la pena, la virtud tomará trazas de timidez y podrá tomarlas el vicio de valentía. De todos modos, resultará que el interés nos mueve y no el amor desinteresado y noble.

Visitación también tenía brasas en las mejillas y sus ojos pequeños los habían hermoseado el calor de la cocina y la animación de la broma, arrancándoles reflejos de fingida pasión. Su pelo de un rubio obscuro era rizoso y caía en mechones revueltos sobre su frente. Hablaban ella y don Álvaro como hermanos cariñosos.

Pasando de unas cosas a otras, se llegó en la conversación a lo que era objeto de diversos comentarios por aquellos días: el estreno de un drama de esa escuela que, inspirada en la realidad, lleva a la escena nuestra propia vida y nuestras miserias; haciendo al teatro espejo donde las imágenes que se mueven en la acción fingida, sean, según su virtud o su torpeza, ejemplo de unos y escarmiento de otros.

¿Ha visto usted, señor, qué moritos graciosos? Y ahí donde usted los ve, con esas caras tan feotas, son unos infelices: más buenos que el pan. Los mejores de todos. Su marido, el hombre del sombrerón y la faja abultada, se aproximó al escuchar estas palabras. Se adivinaba qué iba a decir, como de costumbre, ansioso de fingida autoridad: «Calla, Ufrasia, y no molestes a este caballero.

Cuando pasaba se veían un punto sus pómulos encendidos, sus ojos vagos y extraviados, su boca pálida, abierta para respirar mejor, su garganta espasmodizada, rígida; mas no tardaba ni medio segundo en presentarse la asustada faz de Borrén, que se dejaba arrastrar sin que acertase a decir más palabra que «por Dios... por Dios...» con no fingida congoja.

Utilízanse con frecuencia en ellas asuntos y tradiciones especiales; no pocas veces es la fábula fingida, enlazándose arbitrariamente con ésta ó aquella circunstancia histórica, siempre, á la verdad, con exquisito tacto, de suerte que el suceso inventado convenga al lugar y á la época en que se supone ocurrir, y encuentre en uno y otra su natural asiento.

Amparo sonrió lisonjeada; pero hizo una fingida mueca de desdén. Lo mismo da. Ya sabes que me carga. Pues tiene muchos partidarios. ¡Calla! ¡calla! que ni ni él valéis un perro chico.... Anda; tráeme pronto esa gorra, y lárgate.

Al entrar preguntó con fingida indiferencia por ella, y como le respondiesen que estaba arriba y la oyese andar con los muebles, quedó tranquilo. Charló unos instantes con sus parroquianos y al cabo subió.

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