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Al farmacéutico le agradaba que su cara mitad anduviera en aquellos trotes de beneficencia, viese buenos ejemplos y se familiarizara con aquellos cuadros hondamente humanos de la miseria y de la muerte, pues sin duda serían más provechosos a su espíritu que los saraos, bullangas y diversiones.

Siguió andando Leto; llegó a la botica, de la cual se habían ido ya los de Peleches; subió a la habitación sin detenerse, entró en su cuarto; y, como quien lleva ya su resolución bien meditada, sacó de un cajón de su cómoda un álbum-cartera lleno de apuntes hechos por él en el campo y en la costa, y allí guardó el clavel, con mucho mimo, entre dos hojas en blanco, después de haber pasado la vista por cada una de las que contenían dibujos, con una fuerza de atención poco acostumbrada en el asombradizo farmacéutico.

Y ahora dijo en conclusión el atribulado farmacéutico, que ya llevo lo que venía buscando, y aun algo más, eso es, si bien se mira, y a lo que debo atenerme, si usted me da su permiso me vuelvo a mi casa... para terminar debidamente lo comenzado a tratar aquí... Pero me atrevería, por término, eso es, y por remate de nuestro coloquio, a pedir a usted una gracia... ¡la última, señor don Alejandro, por no molestar!

«¿Qué? le dijo el farmacéutico inclinándose y tratando de levantarle . ¿Se va pasando eso?... Como hace días nos quiso usted morder, cuando le quitamos el revólver, y daba mordiscos y patadas, y quería matar a todo el género humano, tuvimos que encerrarle. Justo castigo de la tontería... ¿Qué? ¿Ha perdido el uso de la palabra?

Abriola don Alejandro, que ya había entrevisto al pendolista en la bastarda algo temblona del sobre; leyó la firma ante todo, y dijo a Nieves: De quien yo me presumía por la letra. ¿De quién, papá? Del famoso farmacéutico. A ver qué se le ocurre al bueno de don Adrián.

La botica no me ocupa ningún tiempo, porque tengo al frente de ella a un pobre muchacho que acaba de hacerse farmacéutico y al cual se la pienso dejar cuando me muera... Si no me voy a los sermones y no me entretengo en proteger a algunos pobrecillos, ¿qué quieres que haga yo de ?... ¿No comprendes que me moriría de aburrimiento? Sin embargo, los actos en no dejan de tener mérito.

La música, los aplausos, las voces y el murmullo constante del café formaban un run run tan insoportable, que el buen D. Evaristo creyó que se le iba la cabeza, y que caería redondo al suelo si permanecía allí un cuarto de hora más. Decidió retirarse, descontento de no haber encontrado solo a Juan Pablo, pues delante del farmacéutico no podía hablar del espinoso asunto que entre manos traía.

«Cuidado que hoy tarda más que nunca» observó doña Lupe; y como notase en el rostro de su sobrino señales de desasosiego, se apresuró a entablar conversación más amena. «Todo el día me he estado acordando de lo que hablamos anoche. ¡Ah!, si fueras otro, si tuvieras ambición, pronto seríamos todos ricos. El farmacéutico que no hace dinero en estos tiempos es porque tiene vocación de pobre.

El más obscuro bachiller del día sabe más gramática que Homero; el más humilde catedrático de Instituto sabe más Historia que Herodoto; y de las cosas naturales, de sus afinidades, composiciones, descomposición y cambios, sabe más que Hipócrates cualquier adocenado farmacéutico de aldea. Yo no niego esto.

Castita Moreno, aquella presumida amiga de Barbarita en la escuela de la calle Imperial, había nacido en los Morenos ricos y fue a parar, con los vaivenes de la vida, a los Morenos pobres. Se casó con un farmacéutico de la interminable familia de los Samaniegos, que también tienen su puesto aquí.