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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Al fin lloraba con tan deshecho llanto como si en aquel momento y con aquellas lágrimas se desahogaran los dolores de toda su vida, desde el incidente del pajarito en casa de la madre Angustias hasta la escena de la expulsión en casa de las Porreñas. El joven no quiso menoscabar con una palabra más la elocuencia de aquellas lágrimas.
Pintó luego una obra que se ha perdido: la Expulsión de los moriscos. La intolerancia popular, la adulación de los cronistas y la propia superstición, harían creer a Felipe IV que aquel acto impolítico y cruel era lo que más honraba la memoria de su padre, y quiso eternizarlo. Miradas las cosas con imparcialidad, es disculpable que el Rey pensase así.
Mi trabajo suscitó en el seno del jurado una discusión importantísima, de la cual se ocupó mi hermano Julio en la carta que con tal motivo dirigió al barón de Mayals. Yo atacaba valientemente la medida de la expulsión, demostrando hasta la evidencia que fue injusta y cruel, aparte de antieconómica y antisocial.
En Fuerte Sarmiento los había que databan de poco después de la expulsión de los indios, y con treinta y tantos años de existencia estaban mejor que el día en que los sembraron. Según los cortaban crecían más fuertes y lozanos.
No, no digo yo eso, ni lo pienso, doña Juana; pero cuando la expulsión de los moriscos... la reina creía que el edicto era demasiado riguroso... pretendía que los reinos de Granada y Valencia iban á quedar despoblados... me indicó otros medios... estábamos solos la reina y yo... al día siguiente en el despacho, estuvo Lerma taciturno y serio y me hizo comprender con buenas palabras que lo sabía todo... es más: extremó los rigores, sin duda saludables, de la ejecución del edicto, y yo tuve después con la reina un serio disgusto; ahora, con la expedición de Inglaterra, la reina pretende que es aventurada, ruinosa, ineficaz... Lerma ha enviado allá á don Juan de Aguilar y la reina se ha negado á recibirme de todo punto.
Las camaradas convinieron en la necesidad de obligar á este loco á que buscase otro alojamiento; pero la expulsión no impresionó gran cosa á Rosalindo. ¡Para lo que le quedaba de vivir allí!... Ya que era imposible hacer llegar hasta la tumba de su acreedora el dinero prestado, iría él mismo á pagar su deuda. Inmediatamente abandonó el trabajo é hizo sus preparativos de viaje.
Quiso nuestro Felisardo agradar á la gran sultana Doña María, y estudió con otros mancebos, assí cautivos como de la expulsión de los moros, la comedia de La fuerza lastimosa.» Lope de Vega, novelas: El desdichado por la honra. Obras sueltas, tomo VII, pág. 96. V. también á Cervantes, La gran sultana, jornada 2.ª
El Alma se presenta con vestido de penitente, y se arrodilla contrita delante del Señor, que la acoge benigno; le promete el perdón, porque su arrepentimiento es sincero, y le ofrece el Sacramento del Altar como prenda de su gracia. El auto segundo, cuyo argumento expondremos también, y que se titula Las aventuras del hombre, comienza con la expulsión del Paraíso de nuestros primeros padres.
Lo de la expulsión de los moriscos es necesario que se lleve cuanto antes á cabo, porque es necesario que cuanto antes, teniendo como tenemos guerra con Inglaterra, con Francia y en el Milanesado, la tengamos también en España, y esta guerra la provocarán los moriscos, que no se rendirán sin combatir.
Siendo de ochenta y tres años, y á pesar de haber quedado tan débil con una enfermedad que padeció, que por órden de los médicos se alimentaba al pecho de dos amas y dormian con él dos niños robustos para calentarle, vivió lo suficiente para hacer su nombre digno de eterna memoria: bajo su episcopado se verificó la famosa expulsion de los moriscos, y á su ilustrada tolerancia debió el no ser echado de Córdoba un morisco insigne por su sabiduría en las ciencias físicas, llamado Felipe de Mendoza, hombre útil á la república.
Palabra del Dia
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