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Actualizado: 21 de julio de 2025
Vi en la obscuridad brillar sus ojos negros, gozosos y blanquear las filas de sus dientes moriscos, y se huyó de repente mi tristeza. Sin embargo, dije exhalando un suspiro: ¡Oh! Si esto dura mucho tiempo, me voy a quedar como una flauta... Mira, las sortijas se me salen del dedo. Mejor, cuanto más delgadito menos galleguito.
Sabel se incorporaba ayudada por el capellán, gimiendo y exhalando entrecortados ayes.
La onda crecía, la sintió pasar por la garganta y subir, subir siempre. Dejó de ver la luz. Puso ambas manos sobre el borde de la mesa, e inclinando la cabeza, apoyó la frente en ellas exhalando un sordo gemido. Dejose estar así, inmóvil, mudo. Y en aquella actitud de recogimiento y tristeza, expiró aquel infeliz hombre.
Cayó de rodillas exhalando gemidos, y al ver á su padre forcejeando con Bailón, le dijo: «Papá, por Dios, no te pongas así. Resígnate... yo estoy resignada, ¿no me ves?... El pobrecito... cuando yo entré... tuvo un instante ¡ay! en que recobró el conocimiento. Habló con voz clara, y dijo que veía á los ángeles que le estaban llamando.
Todo coqueteo ulterior fué trabajo perdido. El Condesito ni siquiera dió a Elisa una satisfacción de amor propio, dejando ver su enojo o exhalando una queja. El último coqueteo, la última flirtation a que el Conde se había mostrado sensible, había sido en París, durante la primavera. En París sobrevino también la firme decisión del Conde de no mostrarse sensible nuevamente.
Cuando hubo alcanzado la extremidad del sendero y ya no la veía más que como un punto sobre el fondo rojizo del bosque volví a lanzar mi caballo a escape exhalando, a mi pesar, un grito de desesperación. Llegado al lugar preciso en donde la había visto desaparecer, la encontré en el cruce de dos caminos, parada, anhelante, esperándome con la sonrisa en los labios.
Díle pronto que le amo, que le idolatro; que su beso vale más que todas las satisfacciones y vanaglorias; que su amor me enamora; que la belleza divina de su alma excede para mí a toda la belleza de las demás criaturas de Dios. ¡Que yo le vuelva a ver, cielos santos! ¡Que yo me arroje a sus plantas y le pida mil veces perdón! ¡Que yo le pague el beso que me dió dormida, exhalando mi alma, infundiéndola en la suya con un beso eterno... infinito!
El niño procuraba incorporarse exhalando ayes lastimeros, repitiendo siempre con acento de verdad profunda. «¡Yo no he sido!... ¡Yo no he sido!» Y con desgarradora expresión de pena, como si le dolieran más en el alma que sus heridas le dolían en el cuerpo los insultos que había oído contra su padre y su madre, repetía lastimeramente: Mi padre ha muerto... Yo no lo conocí... Pero mi mamá es una santa, santa... ¿Sabes tú?... ¡Santa!...
Palabra del Dia
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