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Actualizado: 26 de julio de 2025


ASCLEPIGENIA. Para despedida, te permito que me des un casto beso en la frente. ASCLEPIGENIA. ¡Adiós, amadísimo Proclo! EUMORFO. ¿Sabes lo que digo, maestro? PROCLO. Di, y lo sabré. No quiero tomarme el trabajo de adivinar tus pensamientos. EUMORFO. Pues digo que se me van quitando las ganas de estudiar filosofía. PROCLO. ¿Y por qué? EUMORFO. Porque la filosofía vuelve tonto a quien la estudia.

Quiero dar por supuesto que conoces las potencias de su alma, las cuales, en su efusión, han creado para ella un cuerpo tan hermoso; pero la esencia eterna de esa alma misma, que es lo que yo amo y por lo que soy amado, está en un punto inaccesible para ti. EUMORFO. ¿Consientes que me valga de un símil? PROCLO. Valte de cuantos símiles se te ocurran.

PROCLO. Te equivocas. Lo que hace la filosofía es reforzar las prendas que cada uno tiene. Al tonto no le vuelve discreto, ni al discreto tonto; pero al discreto le hace discretísimo, y al tonto tontísimo. EUMORFO. Salvo el merecido respeto, te declararé entonces que propio te condenas. PROCLO. ¿De qué suerte?

EUMORFO. Porque mostrándote ahora tontísimo con toda tu filosofía, debiste de ser tonto en tu vida precientífica: tonto de nacimiento. PROCLO. ¿Y qué prueba he dado yo de esa tontería superlativa de que me acusas? EUMORFO. La prueba es tu amor sublime por Asclepigenia. PROCLO. ¿Qué sabes de eso? EUMORFO. Conozco a Asclepigenia muy a fondo. PROCLO. Te alucinas.

PROCLO. ¿Qué palabra dijiste? EUMORFO. Dije que Asclepigenia filosofa contigo; que contigo no quiere ni quiso nunca peligrar; pero que conmigo no hay peligro que no arrostre. PROCLO. Por las divinidades superiores e inferiores, que en larga serie proceden del Uno, confieso que me duele lo que acabas de descubrirme. Sin embargo, todo se explica satisfactoriamente dentro de mi sistema.

Parece una diosa por el ritmo y la nobleza de su andar entonado y por el olor de ambrosia con que satura en torno el ambiente. ¿Le digo que aguarde? EUMORFO. ¡Venerando maestro! La galantería exige que recibas luego a esa dama. Yo aguardaré en otro cuarto. PROCLO. Bien está. PROCLO. ¡Deslumbrante aparición! ¿Quién eres? ¿Eres mortal o diosa? PROCLO. ¡Asclepigenia de mi corazón! ¡Cuán bella estás!

PROCLO. Ocultos en esa nube tienes ya, a tus órdenes y para tu servicio, en reemplazo de Eumorfo y de Crematurgo, al flechero Apolo, al más elegante y bonito de los dioses, y al hijo de Jasión y de Céres, al ciego Pluto, dispensador de las riquezas. ¿Quieres que salgan con séquitos de musas, gracias, ninfas, y genios, o que salgan solos? ASCLEPIGENIA. Que salgan solos.

Como el rosal requería todo esto y no se hallaba reunido, he tenido que buscarlo por separado. CREMATURGO. Pues yo no me avengo. No quiero ser mantillo y nada más. ¡Adiós, ingrata! EUMORFO. Tampoco me resigno yo a ser una mariposa ininteligente, sobre todo cuando por amor tuyo me había puesto ya a estudiar filosofía. ¡Adiós infame!

PROCLO y EUMORFO a quien Marino acompaña, yéndose luego. EUMORFO. Abismo del saber, lucero de la filosofía, archivo de todas las noticias divinas y humanas... PROCLO. Amable mancebo, déjate de lisonjas y di lo que pretendes. EUMORFO. Pretendo que me ilustres un poco. EUMORFO. No me desdeñes así. Confieso que no tengo por las ciencias la vocación más decidida.

Pero la discordia entre el libre albedrío y el hado será al fin dominada por la Providencia, la cual lo purificará todo, reduciéndolo a la celestial y maravillosa armonía, que casi toca y se confunde con el Uno hiperhipostático. EUMORFO. Tu discurso suena tan peregrino en mis profanas orejas, que me induce a creer o que eres un prodigio de prudencia semi-divina, o que estás loco de atar.

Palabra del Dia

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