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Actualizado: 20 de octubre de 2025


Entonces la nerviosísima hija del Jubilado le relató, tartamudeando por la ira, la situación en que había hallado a Josefina, la palidez de la niña después de la extraña invitación de su madrina, los gritos que había escuchado como si la estuvieran dando tormento. María Josefa unió inmediatamente sus imprecaciones a las de la joven.

Los catecúmenos que me trajese de por allá, sería menester que estuvieran a respetable distancia para que no me inficionasen, y éstos de por acá me olerían a rosas del paraíso, y vendrían a ponerse sobre mis rodillas, y jugarían conmigo, y me besarían, y me llamarían abuelito, y me darían palmaditas en la calva, que ya voy teniendo. ¿Qué quieres?

Dos mil hombres apagaron fuegos aquel día, entre ellos nuestro comandante Ezguerra, y Emparán el del otro barco. Válgame Dios dijo Doña Francisca . Aunque bien empleado les está, por andarse en esos juegos. Si se estuvieran quietecitos en sus casas como Dios manda... Pues la causa de este desastre dijo Don Alonso, que gustaba de interesar a su mujer en tan dramáticos sucesos , fue la siguiente.

La condesa dio el ejemplo, palmoteando con sus delicadas manos. ¡Válgame Dios! exclamó el general, tapándose los oídos . No parece sino que estamos en la plaza de toros. Déjalos, León dijo la marquesa ; déjalos que se diviertan. Peor fuera que estuvieran murmurando del prójimo. Stein hacía cortesías hacia todos lados.

Despachados los papeles y demás diligencias indispensables á todo pasajero, sólo se pensó ya en complacer á Andrés y en proporcionarle cuantas distracciones estuvieran al alcance de sus recursos. Tuvo éste á su disposición dos días y cerca de veinte duros.

¡Dios mío! ¡Y las tiendas cerradas hoy! exclamó Barbarita en tono de consternación . Si estuvieran abiertas, ahora mismo le compraba un vestidito de marinero con su gorra en que diga: Numancia. ¡Qué bien le estará! Hijo de mi corazón, ven acá... No te me escapes; si te quiero mucho, ¡si soy tu abuelita...! Me dicen estos tontainas que has roto el camello del Rey negro.

Ya yo qué mujer le correspondería si las cosas del mundo estuvieran al derecho y cada persona en su sitio.

Me han dicho que usan ahora una jareta en el talle, con cuyos cordones se obtiene esta rigidez del pantalón, como si estuvieran puestos sobre un maniquí de madera. Usan el «saco» entallado, con vuelo de miriñaque, como nuestras abuelas. Gastan calcetines de colores muy vivos; azul-añil, verde-esmeralda, rojo de aurora, prendas, en fin, propias de las bailarinas de la Opera.

Y con los ojos entornados, sonriendo maliciosamente, esperaba la respuesta, adivinándola. ¿Qué me falta? El amor; lo que tenía contigo. Y con la vehemencia de otros tiempos, como si aún estuvieran entre los naranjos de la casa azul, el diputado daba salida a sus melancolías de ocho años. La ofrecía la imagen inspirada por su tristeza.

Y este es el lugar de decir que, desde fines del siglo pasado, se han verificado dos grandes movimientos en la marcha del mundo; han tenido lugar dos nuevos y trascendentales juicios en el espíritu de los fastos humanos, en ese espíritu que gobernaria la vida del hombre, aunque aquellos fastos no estuvieran escritos en papel; aquel espíritu anterior y providencial, ley eterna de todos los tiempos, eterna moral de todos los pueblos y de todas las razas, del cual el libro histórico no es más que un signo, como el cuerpo no es otra cosa que un signo del alma; aquel espíritu que se reviste de la forma de la literatura, de la imprenta, como nuestro ánimo se reviste de ojos y de frente, por ejemplo: es un ángel vestido de bruto.

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