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Actualizado: 14 de septiembre de 2025


¡Oh! yo le amo a usted como si fuera mi padre... ¡y cuánta generosidad, Dios mío! ¿Cómo no ha retrocedido usted ante la idea de que el mundo donde vive pretenda averiguar quién soy y de dónde vengo? Nada me importa eso: lo que me estremecía era que sin vocación...

Mas cosas les por mis oidos, Que un poco de su lengua ya entendia, Gritaban, daban voces, alaridos, Con su grita la tierra estremecia. Cual indio la perneta, cual fingidos Motines y ademanes, cual hacia Que cae en tierra triste y desmayado, Y en un punto veréisle levantado.

Sin embargo, Juan marchaba, marchaba siempre porque le estremecía, más que la muerte, la idea de infringir los mandatos de la autoridad, y turbar, aunque fuese momentáneamente, el orden de su país. Cada noche se iban reduciendo más sus ganancias.

Toda la vida se concentraba en sus ojos. Un médico militar que venía conmigo me confirmó su identidad. Es la señorita de Maxeville: una joven del gran mundo antes de la guerra. El doctor sólo la conocía algunos meses. Había presenciado la muerte de la otra, una muerte horrible, cuyo recuerdo le estremecía aún.

Quería convencerse de que los pobres se atrevían por fin con los ricos: deseaba ver cómo corrían todos los enemigos por él odiados, sin que les valiese la protección de los ídolos celestiales á los que levantaban palacios, mientras él vagaba por el monte como un perro sin abrigo. La esperanza del choque y de la lucha le estremecía de placer.

Veíala en las nubes de la tarde dibujarse cual vaga fantasía, aspiraba su aliento en los aromas que el viento me traia. Sentia su contacto léjos de ella, y al sentirlo, mi sér se estremecia, y cerraba los ojos para verla más clara y más distinta.

No si doña Clara le habrá destruído dijo con la mayor serenidad la reina, mientras el padre Aliaga se estremecía, porque veía llegado de una manera fatal el momento de las pruebas. ¿Cómo recobró doña Clara ese rizo? dijo el rey. Casualmente ese es el gran servicio que ha prestado el joven de quien hablamos á doña Clara. ¿Pero cómo supo ese mancebo?...

Andaba con paso febril por su cuarto, permanecía a veces la mitad de la noche en la ventana, hablaba en voz alta haciendo ademanes cuando creía estar sola, y se estremecía violentamente cuando se veía sorprendida.

Mas aquella mansísima señora se estremecía cuando pensaba que, por parecer proporcionados en la gran hermosura externa, pudiesen algún día acercarse en amores aquel catador de labios encendidos y aquella copa de vino nuevo.

Lea, de rodillas se arrastraba á los pies de su antiguo amante, levantaba hacia él su hermosa cara inundada de lágrimas y todo su ser se estremecía. En un movimiento de febril ardor sus labios tocaron los del joven... Pero él la separó dulcemente y la dejó á cierta distancia, aterrada por aquella frialdad que había esperado vencer. Es tarde Lea, dijo; la noche avanza y hay que pensar en mañana.

Palabra del Dia

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