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Actualizado: 14 de julio de 2025


Se estremecía pensando que tendría que acostarse en un estrecho camarote contra cuya pared se estrellarían sin tregua las olas amenazando destruírla. ¿Cómo dormir con tales emociones? Por otra parte estimulaba su orgullo la idea de entrar en el rango de los grandes señores modernos que dominan todas las dificultades materiales por la fuerza del dinero.

Por algunos segundos escucharon con recogimiento y ansiedad aquellos ecos formidables que hacían retemblar la tierra. La mesa se estremecía y el cristal de la vajilla y el de las arañas cantaban con agudo repiqueteo.

Su hermoso cuerpo, desnudo, se estremecía cada vez que cruzaban por él las correas de las disciplinas con un dolor no exento de voluptuosidad.

Y cuando pasaba un rato largo sin que él se moviera, Jacinta se entregaba a sus reflexiones. Sacaba sus ideas de la mente, como el avaro saca las monedas, cuando nadie le ve, y se ponía a contarlas y a examinarlas y a mirar si entre ellas había alguna falsa. De repente acordábase de la jugarreta que le tenía preparada a su marido, y su alma se estremecía con el placer de su pueril venganza.

No era en verdad ilusión que los frágiles tabiques de la casa temblaran como las murallas de Jericó, porque durante el ir y venir de la gente en el momento del berrinchín, el piso se estremecía de tal modo y con tan amenazadora trepidación, que los expulsados tomaban con gusto la puerta.

Sólo sonaban los pasos de Maltrana haciendo crujir la arena, y este ruido le parecía tan grande, tan agigantado por el silencio, que podía despertar a los guardas a muchas leguas de distancia. De vez en cuando la selva agitábase con ondulaciones ruidosas. Una ráfaga de viento moviendo una rama daba la señal. Toda la arboleda se estremecía, inclinando las copas.

Juanita se mofaría de él, y don Paco se estremecía al pensar sólo en la posibilidad de semejante vilipendio. Era, sin embargo, muy duro matarse sin gana y sólo para que la gente tome a uno en serio, le compadezca y no le embrome.

La doctora es mi enemiga... Ella, que me protegió tanto en otro tiempo, me abandona como algo viejo que es necesario suprimir. Tengo la certidumbre de que me han condenado en lo alto... Se estremecía al recordar la cólera de la doctora cuando, á la vuelta de uno de sus viajes, se enteró de la muerte de su fiel Karl.

Se estremecía al pensar en los libros blasfematorios, que nadie había visto, pero cuya paternidad atribuía Roma al emperador siciliano: especialmente el de Los tres impostores, en el que Federico medía con el mismo rasero á Moisés, Jesús y Mahoma.

Temblorosa y muy pálida con su vestido negro, la delicada y enfermiza criatura se suspendía de su brazo y se estremecía bajo las miradas con que la examinaban los extraños, en las cuales se mezclaban la compasión y el desdén. Su suegra la había acogido con reproches e imprecaciones, y transcurrió casi un año antes que entre ellas se establecieran relaciones algo tolerables.

Palabra del Dia

buque

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