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Actualizado: 15 de septiembre de 2025
Sucedió en este tiempo que una de las cabalgaduras en que venían los cuatro que llamaban se llegó a oler a Rocinante, que, melancólico y triste, con las orejas caídas, sostenía sin moverse a su estirado señor; y como, en fin, era de carne, aunque parecía de leño, no pudo dejar de resentirse y tornar a oler a quien le llegaba a hacer caricias; y así, no se hubo movido tanto cuanto, cuando se desviaron los juntos pies de don Quijote, y, resbalando de la silla, dieran con él en el suelo, a no quedar colgado del brazo: cosa que le causó tanto dolor que creyó o que la muñeca le cortaban, o que el brazo se le arrancaba; porque él quedó tan cerca del suelo que con los estremos de las puntas de los pies besaba la tierra, que era en su perjuicio, porque, como sentía lo poco que le faltaba para poner las plantas en la tierra, fatigábase y estirábase cuanto podía por alcanzar al suelo: bien así como los que están en el tormento de la garrucha, puestos a toca, no toca, que ellos mesmos son causa de acrecentar su dolor, con el ahínco que ponen en estirarse, engañados de la esperanza que se les representa, que con poco más que se estiren llegarán al suelo.
Luis Dupont, muy estirado, detrás del sillón de su tía, al ver a María de la Luz la hizo varios gestos, llegando a amenazarla con la mano. ¡Ah, maldito guasón! Siempre el mismo. Hasta el instante de la misa había estado en la cocina importunándola con sus bromas, como si aún durasen los juegos de la infancia.
Entonces, con todo su cuerpo estirado, bosteza y se alarga, fatigoso, aburrido, insolentemente... ¡Pues bien, sí! No lo niego, soy un mal cazador. La espera, para mí, es la tarde al caer, la luz que desaparece y se refugia en el agua, los estanques que relucen, abrillantando hasta el tono de plata fina el tinte gris del cielo ensombrecido.
Iba estirado, satisfecho dentro de su traje de lanilla inglesa, algo incómodo por el cuello de la camisa almidonado y de bordes punzantes; pero le bastaba lanzar una mirada a sus botas de charol y a la corbata, siempre de colores vivos, para darse por satisfecho de todas las molestias que le causaba su transformación. La mamá y las hermanitas le contemplaban con asombro. ¿Qué creían ellas?
Maltrana contemplaba los perros, que abrían la marcha, silenciosos, con el cuello estirado y las orejas avanzadas, husmeando el negro horizonte, sin un gruñido, sin prestar atención a los compañeros de raza que ladraban en las lejanas huertas. Llevaban más de una hora de marcha, sin ver las tapias de El Pardo.
Este venía delante con faja de capitán general sobre el arlequinado traje, y tan estirado, satisfecho y orgulloso, que no se cambiara por Godofredo de Bouillón entrando triunfante en Jerusalén. Ni él ni los demás llevaban corazas, pero sí cruces en el pecho; y en cuanto a armas, cuál llevaba sable, cuál espadín de etiqueta.
Pero todo lo doy por bien empleado porque al cabo logré ver á la gracia de Dios. Vaya, vaya, déjeme usted en paz que tengo prisa. Pero no se movía. Plantada en medio de la plazoleta, con el cuerpo entornado por la cojera tanto como por el peso de la vasija, estirado el cuello rugoso y la oscura boca abierta para sonreir, parecía aquella mujer un endriago.
Estaba guiada y protegida por el marqués Gianori, ese viejo verde teñido y estirado y que tiene un modo tan alarmante de acariciar los dedos del que le da la mano. El guardián no era, pues, muy temible; hice que me presentaran á la encantadora italiana y el día siguiente fui á dejar mi tarjeta en su casa.
Quiroga acepta con ardor, encamínase a la ciudad, la toma, prende a los individuos del Gobierno, les manda confesores y orden de prepararse para morir. ¿Qué objeto tiene para él esta revolución? Ninguno; se ha sentido con fuerzas, ha estirado los brazos y ha derrotado la ciudad. ¿Es culpa suya?
Hoy sí que vienes en ocasión muy oportuna. Por lo tanto, siéntate y dime qué asunto es ese que hace que vengas tan serio, tan estirado y tan correcto.
Palabra del Dia
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