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Actualizado: 26 de junio de 2025


Ya le apoyaba un dedo en el carrillo, para provocarla a risa; ya remedaba a un lagarto, arrastrando la mano por el cuerpo de la nené arriba, e imitando los culebreos del rabo; ya se fingía encolerizado, espantaba los ojos, hinchaba los carrillos, cerraba los puños y resoplaba fieramente; ya, tomando a la nena en peso, la subía en alto y figuraba dejarla caer de golpe sobre las espigas.

Palomino, que alcanzó a verlo, lo describe con estas palabras: «En el medio de este cuadro esta el Señor Rey Felipe III armado, y con el bastón en la mano, señalando a una tropa de hombres, mujeres y niños que llorosos van conducidos por algunos soldados, y a lo lejos unos carros, y un pedazo de marina, con algunas embarcaciones para trasportarlos... A la mano derecha del rey esta España, representada en una majestuosa matrona, sentada al pie de un edificio; en la diestra mano tiene un escudo, y unos dardos, y en la siniestra unas espigas; armada a lo romano, y a sus pies una inscripción en el zócalo».

Algo habría también de su alma en las espigas del trigo, en las amapolas que goteaban de rojo los flancos de oro de la mies, en los pájaros que cantaban al amanecer cuando el rebaño humano iba hacia el tajo, en los matorrales del monte, sobre los cuales revoloteaban los insectos asustados por las carreras de las yeguas y los bufidos de los toros.

El pintor de su deshonra. Este es un auto, que se compara, por su título, con la tragedia que también lo lleva, y que, en su argumento, se asemeja asimismo á ella. Comienza con un soberbio monólogo de Lucero (Lucifer), que sale de la boca de un dragón, y llama á la Culpa, que habita en una obscura caverna. Cuando el último le pregunta lo que desea, le refiere la historia de su caída, y que, en castigo de su orgullo, ha sido condenado á tinieblas eternas. Expresa su desesperación, y su odio, y su envidia al Creador del mundo, que lo ha humillado tan profundamente, representándolo como á gran artista ó artífice maravilloso; cuenta, además, que este artista intenta pintar una forma y un rostro á su imagen, después de haber trabajado por espacio de seis días largos en un cuadro grande y maravilloso, que es la Creación, debiendo acabar su obra en el día séptimo; la Culpa ha de prestarle su ayuda, para que esa imagen desaparezca, y para que el artista reciba el nombre de pintor de su deshonra. La Culpa le promete su auxilio, y ambos se deslizan en el taller: asombrados y llenos de temor, á pesar de su aborrecimiento, contemplan el cuadro del Creador; las imágenes de las espigas y de la viña, alusión al futuro Sacramento, los hacen temblar, ocultándose entre las hojas de un árbol al oir ruido. El pintor aparece y comienza su trabajo, mientras la Inocencia, la Sabiduría y la Gracia le presentan los colores y entonan cánticos en su alabanza; y, cuando el trabajo se ha terminado, imagen del maestro, le infunde vida y aliento, y la Naturaleza humana, recientemente forjada, se arrodilla ante su Hacedor.

Y mientras arrojaba con desprecio las espigas en un arriate del jardín, Gabriel pensaba con admiración en la fuerza atávica que hacía resucitar en pleno templo católico la ofrenda gentílica, el homenaje a la Divinidad de los primeros frutos de la tierra fecundada por el verano. El coro había terminado y comenzaba la misa cuando Gabriel entró en la catedral.

Una costumbre inmemorial en La Rioja hacía que los ganados mostrencos, o no marcados a cierta edad, perteneciesen de derecho al fisco, que mandaba sus agentes a recoger estas espigas perdidas, y sacaba de la colecta una renta no despreciable, si bien se hacía intolerable para los estancieros.

Cuando ésta se hubo calmado llegaron á renovarla unos cuantos mozos de la Pola que entraron en la esfoyaza con más ganas de retozar y divertirse que de enristrar espigas. Los de Entralgo les siguieron el humor y por espacio de media hora aquel recinto fué una Babel.

Palabra del Dia

rigoleto

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