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Por más que me digan, don Pedro, yo no puedo creer que usted tenga gana de matar a don Rudesindo... Un vecino... que ha sido su amigo hasta hace poco... con quien se ha criado y ha ido a la escuela... No... yo gana... ninguna murmuró don Pedro, siempre con la cabeza sobre el tajo. ¡Velo usted ahí! exclamó don Feliciano dando una gran palmada. ¡Lo que yo decía!

Y fué allí, entre románticas melenas y retóricos madrigales, en la exaltación de la nueva escuela revolucionaria y las violentas aspiraciones de libertad, expresadas en odas y octavas reales, donde el bardo que elogió a la atormentadora Teresa tuvo el mal acierto de lanzar sus sarcasmos byronianos contra la rigidez de escuela o las virtudes militares del conde de Cheste.

«¡Ya llega, ya llegamurmuraban los socios del Casino apiñados en los balcones, codeándose, pisándose, estrujándose, los músculos del cuello en tensión, por el afán de ver mejor el extraño espectáculo, de contemplar a su sabor a la dama hermosa, a la perla de Vetusta, rodeada de curas y monagos, a pie y descalza, vestida de nazareno, ni más ni menos que el señor Vinagre, el cruelísimo maestro de escuela.

Bien, bien dijo D. Diego. ¡Por vida del diablo! ¿Te he hecho mal, hijo mío? No, padre dijo D. Fadrique. Está visto: yo necesitaba hoy de doble acompañamiento para bailar. Hombre, disimula. ¿Por qué eres tonto? ¿Qué repugnancia podías tener, si la casaca te va que ni pintada, y el bolero clásico y de buena escuela es un baile muy señor? Estas damas me perdonarán. ¿No es verdad?

Está agotado; y además, tenemos al clero y a los maestros de escuela sin pagar, medio siglo hace. Y a ¿qué me importa? Lo que usted debe tener presente es que mi recomendado es en su pueblo el mejor agente de la política del Gobierno; que es un incansable propagandista de ella, y que tal vez a sus esfuerzos heroicos debo yo mi elección.

En efecto, «Amado Francisco Delaberge, oficial de la Legión de Honor», como dice el anuario, es inspector general de montes. Salido de la escuela de Nancy a los veintidós años, ha ascendido rápida y merecidamente. No sólo posee vastísimos conocimientos en materia de selvicultura, sino que se mostró siempre como un notable administrador.

Para que tan ilustre nombre pasase a los pósteros, así lo dijo en cabildo pleno el pomposísimo Cicerón, el apellido ilustre del general fué aplicado a todo establecimiento público, escuela, teatro, hospital, paseo, etcétera, etcétera. Una lápida conmemorativa, los villaverdinos se parecen por la epigrafía, señala al viajero la casa en que nació el grande hombre.

Nuestros normandos, en poco tiempo habían encontrado la mitad de ella. A pesar de cuanto se ha dicho de la escuela de Lisboa y de la loable perseverancia del príncipe Enrique su fundador, el veneciano Cadamosto da testimonio en su relación de la escasa habilidad de los pilotos portugueses.

¿Su antigua habitación? replicó el hostelero. ¡Ah! , pero, vea usted... El caso es que no la tenemos libre... La hicimos restaurar por completo y la ocupa ahora nuestro hijo... Simón, que regresó hace dos años de la Escuela de Cluny con todos sus títulos. ¿Tienen ustedes un hijo? preguntó el inspector general con alguna sorpresa.

Se compone de nueve salas; hay colecciones soberbias de pintores flamencos y alemanes; riquísimos lienzos de la escuela italiana, y cuadros portentosos de la española; hay Murillos, Zurbaranes y Velasquezes; la galería de escultura es rica en monumentos de Grecia antiquísimos y en obras de Canova.