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Eso es lo que se llama «edad de piedra», cuando los hombres vivían casi desnudos, o vestidos de pieles, peleando con las fieras del bosque, escondidos en las cuevas de la montaña, sin saber que en el mundo había cobre ni hierro allá en los tiempos que llaman «paleolíticos»: ¡palabra larga esta de «paleolíticos»! Ni la piedra sabían entonces los hombres cortar: luego empezaron a darle figura, con unas hachas de pedernal afilado, y ésa fue la edad nueva de piedra, que llaman «neolítica»: neo, nueva, lítica, de piedra: paleo, por supuesto, quiere decir viejo, antiguo.

En el regazo de doña Celestina vio una masa amoratada que hacía movimientos de rana; algo como un animal troglodítico, que se veía sorprendido en su madriguera y a la fuerza sacado a la luz y a los peligros de la vida; Bonis, en una fracción de segundo, se acordó de haber leído que algunos pobres animalejos del mar, huyendo de sus enemigos más poderosos, se resignaban a vivir escondidos bajo la arena, renunciando a la luz por salvar la vida: en prisión eterna por miedo del mundo.

A su paso por La Rioja ha dejado escondidos en los bosques todos los fusiles, sables, lanzas y tercerolas que ha recolectado en los ocho pueblos que ha recorrido; pasan de 12.000 armas.

La piragua había dado vuelta al banco de arena y avanzaba con precaución por la orilla derecha, tratando de evitar los bajíos. Algunos hombres sondeaban el agua con los remos, mientras otros trataban de descubrir a los náufragos, escondidos en las malezas del islote. Se les oía hablar y se les veía moverse sobre cubierta.

Tres casas y buhios muy crecidos Aquí Zárate halla, su gente Aloja: que los indios escondidos Vacios los dejaron prestamente. De á poco con cautela son venidos, Con cruces en las manos de repente, Diciendo, que huyeron temerosos, Y de la cruda muerte recelosos.

Ryp, van Stein y los moros se pusieron a cavar furiosamente, mientras nosotros nos alejábamos corriendo por la orilla del río. Llegamos rendidos cerca del mar, y nos encontramos en un arenal inmenso, formado por dunas que el viento levantaba y deshacía. Nos guarecimos los dos en una grieta de la arena y estuvimos así escondidos horas y horas, con el oído atento.

La nave, que estaba muy inclinada por estribor, se enderezó un tanto; pero en seguida volvió a acostarse. Oyóse en esto un ruido sordo en la estiba. ¿Qué es eso? preguntó el Capitán, admirado e inquieto . ¿Habéis oído? dijo Cornelio, poniendo atención . He oído un ruido extraño. ¿Habrá alguien en la estiba? ¿Tal vez algunos salvajes escondidos? No es posible.

Curioso espectáculo en verdad el que ofrecía Chinto, descolorido, flaco, casi harapiento, cuidando de aquella mujer que no era su madre, que siempre le había tratado con dureza; y mientras él mondaba las patatas para el caldo del día siguiente, o mullía el jergón de la impedida, Amparo regresaba, a la plateada luz de la luna de verano, que prolongaba sobre la carretera de la Olmeda la sombra de los majestuosos árboles, de alguna cita en lugares escondidos, en los solitarios huertos, o en el desierto camino del cerro de Aguasanta.

Nos reconocimos como paisanos de la patria chica, o sea de determinada comarca, porque si no él, no pocos de sus antepasados fueron cabreños. Ya adivinará o sospechará el lector que este amigo mío, aunque naturalizado ciudadano de la Gran República, era y se llamaba Don Isidoro Castillo de Cabra. Pronto me contó hasta los ápices y hasta los más escondidos lances de su vida.

A este espectáculo cobraron nuevo esfuerzo, y olvidados del rencor contra los europeos, por su propia conveniencia, pensaron en buscar los que habian escapado, y estaban escondidos, para que ayudasen á la defensa, de cuya comision se encargó D. Clemente Menacho, con toda su compañia, quien aseguró á un religioso mercedario, podia sacar libremente á algunos que sabia tenia en su celda, porque habia indulto general para ellos.