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Actualizado: 29 de julio de 2025


Las montañas del fondo y las torres de la ciudad iban tomando un tinte sonrosado; las nubecillas que bogaban por el cielo coloreábanse como madejas de seda carmesí; las acequias y los charcos del camino parecían poblarse de peces de fuego. Sonaba en el interior de las barracas el arrastre de la escoba, el chocar de la loza, todos los ruidos de la limpieza matinal.

Me voy, te dejo, porque si estoy aquí, te pego, no tengo más remedio que romperte encima el palo de una escoba, y la verdad, si eres poco hombre para ese amor tan sublime, aún lo eres menos para recibir una paliza». Maximiliano la sujetó por el vestido y la obligó a sentarse otra vez. «Óigame usted... tía.

No qué demonio de escoba misteriosa hay en estos ámbitos para el dinero. En cuanto entras en ellos con guita, te la barren, a pocos deseos que traigas de probar fortuna. Créete que, en buena ley, esto debía arder por los cuatro costados. ¿Por qué lo frecuentas, si tan malo te parece? Porque no otra cosa; porque somos así todos los que aquí venimos. ¡Ay, Manolo!

A fuerza de filípicas maternales corría una escoba por el piso, sazonaba el caldo, traía una herrada de agua; en seguida, con rapidez de ave, se evadía de la jaula y tornaba a su libre vagancia por calles y callejones. De tales instintos erráticos tendría no poca culpa la vida que forzosamente hizo la chiquilla mientras su madre asistió a la Fábrica.

Item, se advierte que todo poeta no se desprecie de decir que lo es, que si fuere bueno, será digno de alabanza, y si malo, no faltará quien lo alabe, que quando nace la escoba &c.

Fue en vano buscarla: una negra vieja, inmunda, casi desnuda, que me parecía esperar ansiosa la noche para enorquetársele al palo de escoba, tuvo compasión de y me llevó a un cuarto... ¡Qué cuarto aquél! La única ventana daba a un pantano pestífero; la cerré. La cama tenía esas sábanas crudas, frías, húmedas, que dan un asco supremo.

Y don Pompeyo se colocó delante de la cortina de percal para cortar el paso al obispo-madre. ¿Quién va? ¿quién va? gritó desde dentro Barinaga ronco y jadeante. Son las Paulinas respondió Guimarán. ¡Rayos y truenos! fuera de mi casa.... ¿No tiene usted una escoba, don Pompeyo? Fuego en ellas... infames... ¿y no anda ahí un cura también?...

¿Se ha lastimado usted? preguntó Cecilia con interés. ¡Ca! No, señora... al contrario... ¡Caramba, por un poco la rompo! Y se retiró cada vez más confuso. Hallábase nuestro mancebo en aquel punto y sazón en que los hombres se enamoran de una escoba. La edad del amor se había retrasado para él un poco. Esto suele acontecer en todos aquellos en quienes los músculos tiranizan a los nervios.

Apenas hubo cogido Fortunata la escoba, entró Severiana, y que quieras que no, se la quitó de las manos. «No faltaba más... señorita. Se va usted a poner perdida...». Por Dios, déjeme usted que la ayude. ¿Quiere que le haga el almuerzo a su marido? ¡Qué cosas tiene...! ¡Ay qué gracia!... ¿Cree usted que no ?... La tortillita en la fiambrera, y el pan abierto con la sardina dentro.

El barroquismo sin gracia de nuestras parroquias, los canceles llenos de mugre, las capillas cubiertas de horribles escayolas empolvadas y todo lo demás que constituye la vulgaridad indecorosa de los templos madrileños, no tiene que echar nada en cara a las cursilerías de esta novísima monumentalidad, también armada en yesos deleznables y con derroche de oro y pinturas al temple, pero que al menos despide olor de aseo, y tiene el decoro de los sitios en que anda mucho la santidad de la escoba, del agua y el jabón.

Palabra del Dia

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