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Actualizado: 22 de mayo de 2025


De pronto, su errante mirada cayó sobre la pálida fisonomía de Carlos Tomás, y con un destello de infantil inteligencia y una débil risa de falsete, echose hacia adelante, agarrose a la mesa, hizo caer los vasos, y, finalmente, se dejó caer sobre el pecho del joven. ¡Carlos! ¡Caramba de truhán! ¿qué tal?

Además, esta existencia errante halagaba su ansia por todo lo extraordinario. En los hoteles de Niza, falansterios de la corrupción mundial correcta e hipócrita, se había visto agraciado en la obscuridad de su cuarto por las más inesperadas visitas.

Sentía la misma tristeza de Sigmundo en la cabaña de Hunding. Sin familia, sin hogar, errante, buscaba algo en que apoyarse, algo que estrechar cariñosamente, y sin darse cuenta de sus movimientos, era ella la que se aproximaba a Rafael, la que había puesto una mano entre las suyas. Estaba enferma.

Ya andaba errante entre un caos de piedras derrumbadas de una cuesta peñascosa, ya recorría al azar un bosque de abetos; otras veces subía á las crestas superiores para sentarme en una cima que dominaba el espacio; y también me hundía con frecuencia en un profundo y obscuro barranco, donde me podía creer sumergido en los abismos de la tierra.

Maltrana, que en otros tiempos había hecho frente a la miseria, con la alegre inconsciencia del pájaro errante, se desesperaba y sentía pasar por su cerebro los más lúgubres pensamientos al ver a Feli, resignada y silenciosa, trabajando con sobrehumano esfuerzo, mientras la cocina estaba fría y no se encontraba en los rincones el más pequeño mendrugo.

El conde Segismundo era arrogante, pero alegre y franco: gustaba de la guerra y de la mesa, y era poco aficionado a los libros y a la soledad, no ocupaba las noches en sombrios desvelos; las suyas estaban consagradas a los festines y a las diversiones. No se le veia ir errante por las montanas o por los bosques, como uen lobo silvestre, no huia de los hombres ni de sus placeres.

Cuando Gallardo fue con su esposa y su madre a tomar posesión del cortijo, les enseñó el pajar en que había dormido con sus compañeros de miseria errante, la pieza en que había comido con el amo y la placita donde estoqueó un becerro, ganando por primera vez el derecho a viajar en tren sin tener que esconderse bajo los asientos.

Recordaba después la alegría de ser levantada como una pluma y estrechada contra el uniforme bordado de oro, y de sentir en la frente y en el cuello el cálido beso del joven padre. ¡Bien, Liette, eres valiente... Después su infancia errante por las guarniciones, recorriendo la Francia y las colonias, del Norte al Mediodía, del Este al Oeste, marcando cada etapa por un galón más.

Un dia ¡dia fatal! que pasando su errante mirada por todos los objetos que la circundaban, se encontró con la camarista, echó mano de unas bien afiladas tijeras, de que siempre iba armada, se lanzó sobre ella cual el águila sobre su presa, y antes de que su contraria lo hubiera podido evitar, ya la habia despojado de su dorada cabellera.

Entablóse entonces una discusión acalorada sobre los jesuitas, en que salieron a relucir autorizados textos de Eugenio Sue, en su novela El Judío Errante, quedando al cabo decidido que, terminada la comida y mientras los caballos descansaban, irían todos a visitar la tenebrosa madriguera... Diógenes, que hasta entonces nada había dicho, aseguró terminantemente que él no iba, porque no acostumbraba poner los pies donde tenían derecho a ponerle en la calle, y si aquellos señores obraban en razón, era eso lo que debían hacer con las parejas de mocitos y mocitas que amenazaban invadirles la casa.

Palabra del Dia

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