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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Era dichosa, ciertamente, sonriendo entre dolores; era bien envidiable su destino; pero yo me quedaba sin ella en el mundo, y era su madre..., y moría por mi causa..., mejor dicho..., ¡Dios poderoso!, ¡la mataba yo! »Nada tuvo que hacer allí el médico. Delante de ella, infundiéndonos ánimo, parecíamos nosotros los enfermos.
Un gallo, desplegadas las alas y apoyado en sola una pata, recuerda que quien primero puso en su casa veleta de esta clase fue un Tumbaga; y el mote de la cinta que dice Yo solo, no indica que algún Tumbaga hiciese algo que merezca ser tenido por gloriosamente egoísta, sino que uno de tan envidiable estirpe fue quien intervino en las diferencias que separaron a Fernando VII de Pepa la Naranjera.
El rostro varonil, expresivo, de Romadonga se contraía con sonrisa mefistofélica al pronunciar estas palabras. Se había sentado; puso los codos sobre la mesa con su habitual libertad y enviaba columnas de humo al aire, revelando un estado de beatitud envidiable. Mario reía; pero en el fondo de su alma estaba inquieto y molesto, como siempre que don Laureano hablaba delante de su esposa.
Entre tanta desolación, ante el espectáculo de tantos dolores, había en aquellos cadáveres no sé qué de envidiable: ellos solos descansaban a bordo del Trinidad, y todo les era ajeno, fatigas y penas, la vergüenza de la derrota y los padecimientos físicos.
No; no está su envidiable superioridad en los respetos sociales, ni en la estimación pública, que, aunque aparente y mentida, es poderoso elemento de felicidad, porque hace que todos les guarden consideraciones y respetos; ni está en la tranquilidad de una vida sin afanes, que también los tiene el rico, y grandes y terribles, sino en la noble entereza que les da el dinero para rechazar los ultrajes, para no pedir a nadie favores ni indulgencia con mengua del propio decoro.
Consiste en todo: en su nacimiento, en su hermosura, en su corazón, en su vida, en su suerte, que le ha procurado una ocasión envidiable de darse á conocer apenas llegado á Madrid. ¿No hay ninguna intención debajo de vuestras palabras, padre Aliaga? dijo la joven mirando de hito en hito al confesor del rey. ¿Y qué intención puede haber?
Aquí, ni el interés con que el público acoge nuestras obras puede seducirnos, ni el látigo de la crítica debe inspirarnos cuidado alguno. Disfrutamos de envidiable libertad.
Pero tampoco en este reparo debemos detenernos: la muerte por hartazgo de felicidad es envidiable. ¿Le parece a usted que solemnice las paces con ellos comiendo juntos aquí? Antes con antes. Mañana mismo. Yo empezaría con unos preliminares esta misma noche. No, señor: esta noche, y aun esta tarde, las necesito yo para negociar con Nieves y ponernos de cabal acuerdo los dos.
Supongamos, por un instante, que abstraída el alma de todo lo terreno, en suspensión de potencias y sentidos, en silencio maravilloso y quietud envidiable, goza del supremo bien, sin salir de esta vida mortal, y absorta y como hundida en la contemplación de su Creador, no cuida ya del prójimo ni de las otras criaturas.
La situación de Valeria era más libre y desembarazada, pero no envidiable. Por pobre, estaba libre de los cuidados que da el oro; por abandonada, no había menester consentimiento de nadie; mas, ¿de qué le servía aquella independencia, si el compañero de Gutiérrez no se fijaba en ella?
Palabra del Dia
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