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Entregaron luego a Kassim para montar, un solitario, el brillante más admirable que hubiera pasado por sus manos. Mira, María, qué piedra. No he visto otra igual. Su mujer no dijo nada; pero Kassim la sintió respirar hondamente sobre el solitario. Una agua admirable... prosiguió él costará nueve o diez mil pesos. Un anillo! murmuró María al fin. No, es de hombre... Un alfiler.

Entregaron los serenos a Martín en manos del alcaide, y éste le llevó hasta un cuarto obscuro con un banco y una cantarilla para el agua. Demonio exclamó Martín , aquí hace mucho frío. ¿No hay sitio dónde dormir? Ahí tiene usted el banco. ¿No me podrían traer un jergón y una manta para tenderme? Si paga usted... Pagaré lo que sea. Que me traigan un jergón y dos mantas.

1 Y luego por la mañana, habiendo tenido consejo los príncipes de los sacerdotes con los ancianos, y con los escribas, y con todo el concilio, llevaron a Jesús atado, y le entregaron a Pilato. 2 Y Pilato le preguntó: ¿Eres el Rey de los Judíos? 3 Y los príncipes de los sacerdotes le acusaban mucho. 4 Y le preguntó otra vez Pilato, diciendo: ¿No respondes algo? Mira de cuántas cosas te acusan.

Finalmente, se resolvió en que no se entrase por las dichas galeras, las cuales, demás que fueron las que trujeron el armada del turco, estaban de manera que los turcos dellas no se acordaban de otra cosa sino de salvar sus personas á nado, y hubo muchos que entregaron su dinero á los cristianos que estaban á la cadena, como se ha sabido de hartos que han escapado y rescatado después acá, de los cuales se tomaba lengua, y tomada sitiábamos á Dragut en los Gelves y todas sus fuerzas, las cuales no podían salir en ninguna manera, ya que su persona saliera de noche en una barca, y se tomaban asimismo las dos galeras con más de 60 ó 70.000 escudos que tenía Dragut embarcados de la composición que había hecho en los Gelves aquellos días; y si quisiéramos saltar en tierra era de tener por muy cierta la victoria, por ser antes que nos faltase la mucha gente que se nos murió en el Seco del Palo, y porque la isla estaba mal con él, á lo menos la mitad della que se volviera en nuestro favor, y cuando quisiéramos pasar con aquella bonanza, que duró siete ú ocho días, le podíamos sitiar con tomalle la Cántara y las dos galeras y los más bajeles que hubiera por la costa alrededor de la isla, en un día, y dejar cuatro galeras de una parte y cuatro de otra, y irnos á Trípol y tomarlo sin muerte de un hombre, porque lo había dejado Dragut con solos 400 turcos poco más ó menos, viejos, cojos y mancos.

Antes de decidirse a pasar el río, nuestro General mandó una pequeña fuerza en reconocimiento de la situación de las tropas de Coupigny. Algunos jinetes de Farnesio tomaron parte en esta expedición, y Marijuán, que fué en ella, nos contó a su regreso, en la tarde del 15, que habían encontrado la división del Marqués hacia Villanueva de la Reina, donde le entregaron los pliegos de Reding.

Al llegar a las puertas de la villa, que era cercada, salió el regimiento del pueblo a recebirle; tocaron las campanas, y todos los vecinos dieron muestras de general alegría, y con mucha pompa le llevaron a la iglesia mayor a dar gracias a Dios, y luego, con algunas ridículas ceremonias, le entregaron las llaves del pueblo, y le admitieron por perpetuo gobernador de la ínsula Barataria.

1 Mas como fue determinado que habíamos de navegar para Italia, entregaron a Pablo y algunos otros presos a un centurión, llamado Julio, de la compañía Augusta. 3 Al otro día llegamos a Sidón; y Julio, tratando a Pablo humanamente, le permitió que fuese a los amigos, para ser de ellos asistido. 5 Y habiendo pasado el mar de Cilicia y Panfilia, arribamos a Mira, ciudad de Licia.

Olvidando la más elemental prudencia, todos habían desembarcado, abandonando el junco, con peligro de que el viento o las corrientes lo arrojaran contra la costa, y se entregaron a una desenfrenada orgía.

De buena gana nos entregaron seis niños; dos de los cuales eran Penoquís, uno Sinemaca, otro Erebé, otro Curubina y el último Guarayo, los cuales á la vuelta, encomendamos al P. Jerónimo Herrán, para que en su Reducción los impusiese en los preceptos de la ley divina.

Su recuerdo no tardó en resurgir, adhiriéndose á él con un interés trágico. La misma tarde que habló con su amigo en el café de la Cannebière fué á la Casa de Correos para recoger la correspondencia, que se hacía enviar á Marsella. Le entregaron un grueso paquete de cartas y periódicos.