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Las horas de agonía, implacables y torturadoras volvieron a empezar... Bajo el aliento de nuestras ardientes oraciones, los muertos amados volvieron a vivir ante nuestros ojos durante un segundo, para caer una vez más sin vida en el fondo de sus tumbas, cerradas para siempre... Sentimos que estaban bien muertos aquellos a quien llevábamos el fiel tributo del recuerdo... En dulce y plañidera cadencia cayeron entonces sobre ellos las oraciones finales que entonaba la voz del que presidía la procesión; diose la bendición, se restableció el silencio... y cada cual, alejándose del campo del reposo, fue a coger de nuevo el fardo de la vida, pensando en los que ya no existen...

Tomó a Marisalada por el brazo, la apartó de la ventana, y se colocó en ella a tiempo que Ramón, dándole de firme a la guitarra, entonaba, desgañitándose, esta copla: Asómate a esa ventana, Esos bellos ojos abre; Nos alumbrarás con ellos, Porque está oscura la calle. Y siguió más violento y desatinado que nunca el rasgueo.

Luego entonaba graciosa serenata, compuesta de lágrimas de cocodrilo y arrullos de paloma. Pero la marquesa no ponía atención y seguía rebuscando. «¿Qué será estopensó al tomar un paquetito atado con cinta de color de rosa. Desdobló el paquete y vio un collar de perlitas, con un papel que decía: «Para mi hija. Le suplico que sea buena y rece por ». La marquesa lloraba de nuevo.

Otras veces, despojado del casco y con disfraz de villano, pero dejando adivinar por su gallardo porte la nobleza y bravura de su sangre, llegaba por la noche al pie de la torre y entonaba, acompañándose con el laúd, preciosas endechas en que la invitaba a huir con él por los campos hasta algún castillo ignorado, lejos de la tiranía de su padre y del esposo aborrecido que le quería dar.

Algo lejano é indeciso turbó el silencio de la noche deslizándose por el fondo de una de las grietas que cortaban la inmensa planicie de tejados. Los tres avanzaron la cabeza para escuchar mejor... Eran voces. Un coro varonil entonaba un himno simple, monótono, grave. Más bien lo adivinaban con el pensamiento que lo percibían con sus oídos.

Y como un eco de las reflexiones del rústico personaje, Karl, sentado en el salón ante el piano, entonaba á media voz un himno de Beethoven. «Cantemos la alegría de la vida; cantemos la libertad. Nunca mientas y traiciones á tu semejante, aunque te ofrezcan por ello el mayor trono de la tierra.» ¡La paz!... A los pocos días se acordó Desnoyers con amargura de estas ilusiones del viejo.

Cuando se cansaba de hablar, entonaba alguna canción picaresca con ribetes de obscena, que hacía reír no poco al joven cortesano. La alegría es contagiosa, como la tristeza. La de Celesto consiguió pegársele y llegó pronto a hacerle el dúo, poniendo en inusitado ejercicio las fuerzas de sus desmayados pulmones.

Una poesía melancólica inspiraba a la naturaleza, y con la música callada, que sólo el espíritu acierta a oír, se diría que todo entonaba un himno al Creador. El lento son de las campanas, amortiguado y semi-perdido por la distancia, apenas turbaba el reposo de la tierra y convidaba a la oración sin distraer los sentidos con rumores.

Concluido el sermón, oyose un cántico suave que le hizo estremecerse de gozo: era la preciosa voz de María que entonaba con más dulzura que nunca el aria de Traviata: «Gran Dio, morir si giovine...» Cuando terminó, sonaron prolongados aplausos en la iglesia. Después, toda la gente se apretó contra el altar mayor dejando libres las cercanías del enrejado.

Cerca de los toriles, un nutrido coro entonaba el gorigori de los difuntos. Muchos volvíanse hacia la presidencia. ¿Para cuándo el segundo aviso? Gallardo limpiábase el sudor con un pañuelo, mirando a todas partes, como extrañado de la injusticia del público, y haciendo responsable al toro de cuanto ocurría. En estos momentos se fijó en el palco de doña Sol.