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Según él, nadie como Calderón entendía en achaques del puntillo de honor, ni daba nadie las estocadas que lavan reputaciones tan a tiempo, ni en el discreteo de lo que era amor y no lo era, le llegaba autor alguno a la suela de los zapatos.

¡Qué escándalo! doña Camila cogió a Anita por la garganta y por poco la ahoga. Después dijo un refrán desvergonzado en que se insultaba a su madre y a ella, según comprendió mucho más tarde, porque entonces no entendía aquellas palabras. Doña Camila culpaba al hombre que le daba besos, de las picardías de la niña. le has abierto los ojos con tus imprudencias.

Sonriendo nerviosamente y con voz aguda y extraña, se dirigió a don Feliciano Gómez, que era la única persona que allí había: Ya sabrá usted que la z... de mi mujer se ha escapado con su chulo, ¿eh? Don Feliciano le miró sorprendido. Aunque era hombre que entendía poco de sonrisas, al verle sonreir de aquel modo se sintió sobrecogido, y le contestó con tristeza: , Gonzalito, .

Al terminar la conferencia, don Pedro le puso la mano en el hombro. ¿Y por qué no me da usted la enhorabuena, desatento? exclamó con aquella misma irradiación que habían tenido sus pupilas en Cebre. Julián no entendía. El señorito se explicó cayéndosele la baba de gozo.

El capitán deseaba buscar aparejos para su barco; le habían dicho que allí, en Burdeos, se hacían los mejores y más baratos, y que la gente de Bayona y de la costa vasco-francesa se entendía para esto con un comerciante vascongado.

Y cuando la madre, afligida por las órdenes furiosas, quería unirse a Margalida para buscar el remedio, la reclamaba otra vez su marido junto al lecho. Debía sostener al señor: lo había puesto de lado para examinar y lavar al mismo tiempo el pecho y la espalda. El pacífico Pep había visto de mozo sucesos más estupendos que aquél, y entendía algo de heridas.

Su padre aceptaba con gestos de tristeza las noticias de ciertos amigos que se imaginaban halagar su vanidad haciéndole el relato de encuentros caballerescos en los que su primogénito rasgaba siempre la piel del adversario. El pintor entendía más de esgrima que de su arte.

Tomándole las manos a su mujer, le dijo: «Yo no soy más que el precursor de esta doctrina; el verdadero Mesías de ella vendrá después, vendrá pronto; ya está en camino. Quien todo se lo sabe me lo ha dicho a ». Fortunata no entendía palotada. Doña Lupe mandó recado a Ballester, que fue a verle después de anochecido.

¡Pueblo!, eso es observó Juan con un poquito de pedantería ; en otros términos: lo esencial de la humanidad, la materia prima, porque cuando la civilización deja perder los grandes sentimientos, las ideas matrices, hay que ir a buscarlos al bloque, a la cantera del pueblo. Fortunata no entendía bien los conceptos; pero alguna idea vaga tenía de aquello.

»Lotario respondió que ya que había comenzado, que él llevaría hasta el fin aquella empresa, puesto que entendía salir della cansado y vencido.