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Entendía además el señor de Figueredo que Rafaela cantaba como un sabía o como un gaturramo, que son la calandria y el ruiseñor de por allí, y que en punto a danzar echaba la zancadilla a la propia Terpsícore.

Juntáronse luego allí nuestros neófitos en número de ciento y cincuenta, extendidos en buen orden sobre la ribera. En este ínterin vino el Capitán de los Mamalucos, y llamando á un Chiquito que entendía la lengua Guaraní, le preguntó quiénes eran y á qué fin andaban por aquellas costas.

Cuando Miguel entró estaba vivamente satisfecho porque los pantalones que estrenaba le habían salido muy bien. Dio tres o cuatro vueltecitas taconeando por el gabinete, y parándose delante del espejo, dijo: ¿Qué tal, Miguel, te gustan estos pantalones? Miguel no entendía casi nada, pero contestó afirmativamente.

El amor fué su maestro de escuela, y le enseñó á trazar unos garrapatos anárquicos y misteriosos, que por revelación de amor leía, entendía y descifraba el cadete. De esta suerte, entre temporadas de pelar la pava en Villabermeja, y otras más largas temporadas de estar ausentes, comunicándose por cartas, se pasaron cerca de doce años. El cadete llegó á teniente.

Ya era cristiano Antonio Diego Sebastián; doña Celestina le había tomado de brazos del tío padrino, y sentada en la tarima de un confesionario, junto a una capilla, rodeada de aquellos amigos y curiosos, se entendía hábilmente con cintas y encajes para volver a sepultar bajo tanto fárrago de lino el cuerpo débil, flaco, de la criatura.

, era fácil, bien lo sabía ella, pero si le quitaban la tentación no tendría mérito, sería prosa pura, una cosa vetustense, lo que ella más aborrecía...». Don Álvaro, que si no era tan buen político como se figuraba, de diplomacia del galanteo entendía un poco, comprendió pronto que, sin saber cómo, había acertado.

Doña Luz distaba mucho de creer que la política fuese lo que por política entendía D. Acisclo: pero, viendo lo convencido que él estaba de que no era otra cosa, y notando además que Pepe Güeto y su mujer no distaban mucho de pensar como don Acisclo, no quiso predicar en desierto ni tratar de convencerlos de que el verdadero concepto de la política era muy diferente.

Pablo Aquiles era un bendito de Dios. Entregado, por completo, al amor de su mujer, dejaba el gobierno de la casa en manos del cuñado, que mandaba en jefe; éste pagaba las cuentas, recibía los criados, hacía y deshacía, sin consulta ni apelación. De la testamentaría iniciada, era él el albacea, y se entendía con abogados, procuradores y escribanos.

Por mi Joaquina se entendía también con el Conde en todo aquello que a V. importaba, único asunto que ya se trataba entre el Marqués y la Condesa. Usted, señora Marquesa, vivió primero en mi casa, cuidada por mi Joaquina.

Entendía Morsamor, que si Tiburcio se deleitaba en actos pecaminosos, era con superior permiso, para sacar bálsamo del veneno y para dirigir y levantar la maldad rastrera a fines excelentes, ordenados por la Providencia.