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Actualizado: 16 de mayo de 2025


A él que no le sacaran de apuntar números, de leer La Correspondencia, hacer cigarrillos y charlar. Todo lo demás era ocupación denigrante. Una noche de verano, sin embargo, en que estaba toda la familia reunida en el comedor, como de costumbre, D. José empezó a mover la máquina. «Papá le dijo Emilia , ya que no nos ayuda usted, al menos enseñe a coser a Isidora».

Yo le enseñé la química... pronto se aficionó a los pedruscos, y antes de entrar en la escuela, ya salía al campo de San Isidro a recoger guijarros.... Yo seguía adelante en mi navegación por entre olas y huracanes.... Cada día era más médico.

Su desidia es tan grande como su disposición para todas las artes. CUESTA. Que nos enseñe sus acuarelas y dibujos. Verá usted, Marqués. ELECTRA. ¡Ay, ! Soy una gran artista. MÁXIMO. Alábate, pandero. Tiene usted razón, Salvador. Siempre la tiene, y ahora, en el caso de Electra, su razón es como un astro de luz tan espléndida, que a todos nos obscurece.

Por fuera me suelen acusar de que soy rebuscado y exagerado, y habrás notado que ya yo hablo muy poco. ¿Qué culpa tengo yo de que sea así mi naturaleza, y de que al influjo de tu cariño enseñe todas sus flores? Y le besó las dos manos, como pudiera un niño haber besado dos tórtolas.

Suba los seis escalones que a él conducen, entre, y hallará en el cenador a una persona que le impondrá de lo que más vivamente atañe hoy a su vida y a su trono. Estas líneas están trazadas por un amigo fiel. Tiene que acudir solo. Si menosprecia este aviso pondrá en peligro su vida. No enseñe el Rey esta carta a nadie; va en ello la suerte de una mujer que le ama: Miguel el Negro no perdona

Le enseñé mis manos, desolladas a fuerza de aplaudir, asegurándole que el sacrificio de mi pellejo era un débil homenaje a su sobrenatural habilidad, comparable tan sólo con la del señor de Madureira. Su respuesta fue una gravedosa inclinación de cabeza, digna de la diosa Juno.

Al entrar en casa enseñé la carta a mi madre, que se quedó también asombrada. Como sentía gran curiosidad, quise marcharme en seguida; pero mi madre me obligó a sentarme a cenar. Cené rápidamente, y, envuelto en el capote, tomé el camino hacia la herrería de Aspillaga. Allí se encontraba Allen, el viejo hortelano de Bisusalde.

26 Os he escrito esto de los que os engañan. 27 Y la Unción que vosotros habéis recibido de él, permanece en vosotros; y no tenéis necesidad que ninguno os enseñe; mas como la Unción misma os enseña de todas cosas, y es verdadera, y no es mentira, así como os ha enseñado, permaneced en él.

Entre estos curiosos, acertó á detenerse una tarde M. Choron, profesor de canto y fundador de la Real Institución de Música Religiosa. La voz de la niña mendiga le interesó: era extensa y dulce, y había en ella un ardor extraño. Choron llamó á la futura histrionisa con un gesto. ¿Qué edad tienes? la preguntó. Once años. ¿Quieres que yo te enseñe á cantar? , señor; ¡ya lo creo!...

En el momento que encontré a aquel marinero estaban cerrando el puerto. Yo no conocía a nadie, y me alegré de relacionarme con alguien que pudiese darme una orientación. Le dije a mi nuevo conocido que no tenía plaza en ningún barco, que deseaba ir a América, y le enseñé mis certificados de buena conducta. El hombre me dijo: No se apure usted.

Palabra del Dia

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