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Cuando Apolonio progresaba hacia las candilejas, doblando a tiempo la espina, pero sin perder, no obstante, su maravillosa prestancia y pontificia dignidad, una voz emitió clamorosa solicitud: «¡Que nos enseñe el negro de la uña...!» Truculentos aplausos. La voz pertenecía a un estudiante de veterinaria; pero Apolonio, sonriendo por dentro con fruición, pensó: «Eres Belarmino, el reptil.

La disputilla referida anteriormente fue cortada por la entrada o salida de fieles. Todo se sabe. Cállate la boca, si no quieres que parte a D. Senén para que te enseñe la educación. ¡A ver!... No vociferes, que ya oyes la campanilla de alzar la Majestad.

Y en cambio reclamaré que se me enseñe el escrito en que me acusa. Escuche usted. No quiero olvidar que he sido su amiga. Más le vale á usted confesar francamente lo que tiene que reprocharse, que insistir en negar contra toda evidencia. Se pierde usted, se lo juro... Esa mujer no miente cuando se acusa... Ni Tragomer, ni Marenval, ni Freneuse mienten...

La botánica le enseñará el conocimiento de las plantas. ¿Tengo yo cara de herbolario? Las que son de comer, guisadas me las han de dar. La zoología le enseñará a conocer los animales y sus... ¡Ay! ¡Si viera usted cuántos animales conozco ya! La mineralogía le enseñará el conocimiento de los metales, de los... Mientras no me enseñe donde tengo de encontrar una mina, no hacemos nada.

Es el caso que no se consiente que entre nadie. No está el horno para bollos. Yo entro porque tengo títulos para entrar. No hay quien tenga más derecho que yo. Enséñeme el camino. O no me lo enseñe. No necesito guía. Iré derecha a su lado. Aguarde, señora. Voy con usté, para avisar y anunciarla. ¿Quién digo que es usté? Felicita, nada más que Felicita. Novillo se hallaba en las últimas.

Era la misma letra de la esquela que me había dado cita en el cenador de Antonieta de Maubán, y decía: «No tengo motivos para querer a Vuestra Alteza, pero Dios la libre de caer en poder del Duque. No acepte Vuestra Alteza invitación alguna suya. No vaya sola a ninguna parte; una fuerte guardia armada bastará apenas para protegerla. Enseñe esta carta al que reina hoy en Estrelsau

que se mude cuanto antes la Reducción á paraje más vecino y cercano á los infieles, porque Jesucristo, por la desobediencia de los tuyos ha enviado aquí la peste y nunca cesará hasta que os rindais de buena gana á su voluntad, pues es cosa fuera de razón que los obreros Evangélicos pierdan el tiempo en cultivar pocas almas, mientras se pierden tantos millares por falta de quien les enseñe el camino de salvación.

No será lo que enseñe sino los prolegómenos de nuestra ciencia verdadera; pero, aun así, se pasmará el mundo de oírla y de leerla y se crearán escuelas teosóficas en todas las naciones. Ya suponemos que el pío lector habrá adivinado que Sankarachária, aunque no la nombra, alude a la señora Blavatski.

Mas ¿para lograr este fin no será siempre mejor escribir cartillas que no poemas o novelas? Todo cuanto enseñe la más sabia novela del día podrá cifrarse acaso en un par de planas de la más modesta cartilla.

En cuanto a modales, ha olvidado todo lo que le enseñé... será preciso volver a empezar... y de lenguaje seguimos lo mismo. Ni la más ligera alusión a los sucesos del año pasado. Dirá, y con razón, que peor es meneallo...». Como tres horas largas estuvo doña Lupe fuera de su casa. Cuando volvió, Nicolás había comido y marchádose, y Maximiliano estaba concluyendo.