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Actualizado: 25 de junio de 2025


Al fin, de miedo de que me le diesen, que ya me tenían los cordeles en los muslos, hice que había vuelto, y por presto que lo hice, como los bellacos iban con malicia, ya me habían hecho dos dedos de señal en cada pierna. Dejáronme diciendo: ¡Jesús, y qué flaco sois! Yo lloraba de enojo, y ellos decían adrede: -Más va en vuestra salud que en haberos ensuciado. Callá.

De V. Ex.^a Muy humilde, y obligado Serui.^or Ant. Perez. Bibl. Nac. de París, Fr., 3.652, fol. 108. Colección Morel Fatio, núm. Sire. Antonio Perez dize, que el fauor que V. Mag.^d le ha hecho en esta occasion presente es en tal grado, q. casi le yguala la indignacion, q. el enojo ha descuuierto contra él agora de nueuo, tan fresco como el primer dia.

Hombre de Dios dijo la infeliz mujer, dejando a un lado el trabajo, que aquel día no era pintura, sino costura , has comido, ¿verdad?... Buena la hemos hecho... Le miraba con más lástima que enojo, y con cierta tranquilidad relativa, como se miran los males ya muy añejos y conocidos. « Fuertecillo es el ataque... Corazón, ¡cómo estás hoy!

¡Valiente charlatana! ¿Y no sabe usted que nos está prohibido responder por nuestro nombre antiguo? Lo , pero... ¿Pero qué? Me complace tanto llamarla por ese nombre, que aun a riesgo de incurrir en el enojo de usted... No es en mi enojo, es en un pecado.

¡Cómo! ¿Qué significa esto, caballerito? dijo el maestro con el injusto enojo con que siempre recibía las noticias que no le eran gratas.

El virrey no lo tomó a enojo, y mandó escribir debajo: Para dar gusto a antojos he mandado hasta España por anteojos. Respuesta que tranquilizó los ánimos, pues vieron los vecinos que su empeño estaba sujeto a la decisión del rey. Avilés consagraba gran parte de su tiempo a las prácticas religiosas. El pueblo lo pintaba con esta frase. En la oración hábil es y en gobierno inhábil es.

Inca Yupanqui los recibió con rostro alegre; y desculpábansele los tales que ansí iban y decíanle, que si le habian desmamparado, que su padre los habia llevado; y él los respondía á esto que le decian, que no tenia enojo contra ellos, que si habian ido con su padre, que habian hecho como buenos, que su padre era su Señor y de todos ellos.

»No lo quiso creer Anselmo; antes, ciego de enojo, sacó la daga y quiso herir a Leonela, diciéndole que le dijese la verdad, si no, que la mataría. Ella, con el miedo, sin saber lo que se decía, le dijo: »-No me mates, señor, que yo te diré cosas de más importancia de las que puedes imaginar. »-Dilas luego -dijo Anselmo-; si no, muerta eres.

Lo que él no tiene es gana de verte el pelo. Amparo dejó caer la cabeza sobre el pecho, y su rostro se anubló con expresión tal de desconsuelo y enojo, que Ana la miró compadecida. Si algún día... si pronto... viene la república... la santa federal... ¡así Dios me salve, Ana... lo arrastro! Ana se echó a reír con su delgada risa estridente.

Yo, sin decir nada, procuraba al mismo tiempo que contenía la risa, corroborar con mis actitudes y miradas lo que la condesa decía. Doña Flora, confundida entre la turbación y la ira, miraba a Amaranta y al esperpento, y como viera a este con el color mudado y los ojos chispeantes de enojo, turbose más y dijo: Qué bromas tiene la condesa, Sr. D. Pedro ¿quiere usted tomar un dulcecito?

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