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Actualizado: 14 de julio de 2025
Salió don Bernardino satisfecho, muy satisfecho; en el saloncito tropezó con un empleadillo, que traía la carpeta de notas a la firma de S. E. y rondaba la entrada del despacho, esperando el fin de la entrevista, y Esteven pasó erguido, sin dignarse atender a la mirada provocativa que los ojillos de víbora del cuñado le lanzaron, desde el fondo del salón rojo.
Ya he dicho a usted que no amo ahora a ninguna mujer casada. Me han dicho que estás en relaciones con la mujer de un empleadillo en Hacienda, con una aventurera que va a casa de la Condesa de San Teódulo. Madre, los que tal han dicho mienten. Ni yo estoy en relaciones con esa mujer, ni esa mujer es una aventurera.
Pues, si descendemos, si pretendes que me trate con la mujer del escribiente, del portero o del empleadillo, ¿de dónde infieres tú que he de hallar en ellas toda la severidad de Lucrecia? ¿Está acaso vinculada la virtud en la gente humilde? ¿Es la honestidad privilegio exclusivo de las hembras menesterosas?
Cada español que le saluda, sea empleadillo ó dependiente de almacen, lo endosa á su compañero por gefe de negociado, marqués, conde, etc.; en cambio si pasaba de largo, ¡psh! es un bago, un oficial quinto, ¡un cualquiera!
Lo vió sin uniforme, sin sus cruces y sus heridas, tal como debió ser antes de la guerra: un pobre empleadillo, un dependiente de comercio, que nunca había puesto sus ilusiones amorosas más allá de una modista ó una dactilógrafa... ¡Y éste era el personaje interesante que se erguía enfrente de él!... ¡Tiempos intolerables!
A fuerza de mirar mi mujer el pobre papel que hago, lo desdeñado que estoy, la humilde posición que ocupo, ¿no acabará por desdeñarme también? ¿No acabará por odiarme, si considera que la hago víctima de mi mala ventura? Ahí, aunque pobre, era una señorita de las primeras. Aquí es la mujer de un obscuro y miserable empleadillo, de quien nadie hace caso.
Aquella sesión de barbilampiños, en que se exponían las más peregrinas teorías económicas, con la gravedad de padre de la patria, y se barajaban los millones de pesos como simples naipes, ofrecía especial interés; había empleadillo de tres al cuarto, que hablaba de hacer una operación de muchos miles, y niño apenas destetado, que decía con arrogancia que el Banco acababa de otorgarle fuerte suma con su sola firma; el hermano de alguien que estaba en el candelero, pellizcándose el bozo incipiente, brindaba su poderosa influencia, y un rabonero recalcitrante, sin más haber que las dádivas de su papá, se lamentaba de sus pérdidas en la última liquidación.
El empleadillo, como ella imaginaba que sus amigas le llamarían si llegaran a conocerle, se le había entrado al alma, persuadiéndose de que le quería porque empezó a temer la cara que al saberlo pondría su padre, a pesar de los alardes democráticos que solía hacer en el Parlamento. Pero no era esto lo que más la desazonaba.
Su vida de empleadillo y jornalero le producía un puñado de duros, con los cuales había para ir a la compra y casi con igual frecuencia a la botica. De la abogacía no se volvió a hablar: lo de seguir carrera fue un sueño, y, sin embargo, el haber tenido que renunciar a ella era la pesadumbre de toda la familia.
Sí siguió diciendo la de Aimont, tratando de salvar la situación, es indiscutible que el matrimonio es difícil para nuestras hijas. ¡Hay tan pocas buenas posiciones!... Es imposible casarlas con un empleadillo de 600 o 800 pesos de sueldo. ¿Verdad, Paulina? Sí, mamá. Sin embargo se atrevió a decir la Sarcicourt con una apariencia de valor, esos son los sueldos ordinarios de los jóvenes.
Palabra del Dia
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