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¡Ja, ja, ja! Por lo cual no ha logrado todavía salir diputado. ¡Ja, ja, ja! ¿Conque no es cierto, eh? ¡Ni con cien leguas! ¡Qué demonio de chico! exclamó entonces don Simón, pellizcándose los muslos.

Aquella sesión de barbilampiños, en que se exponían las más peregrinas teorías económicas, con la gravedad de padre de la patria, y se barajaban los millones de pesos como simples naipes, ofrecía especial interés; había empleadillo de tres al cuarto, que hablaba de hacer una operación de muchos miles, y niño apenas destetado, que decía con arrogancia que el Banco acababa de otorgarle fuerte suma con su sola firma; el hermano de alguien que estaba en el candelero, pellizcándose el bozo incipiente, brindaba su poderosa influencia, y un rabonero recalcitrante, sin más haber que las dádivas de su papá, se lamentaba de sus pérdidas en la última liquidación.

Toda aquella prole, aparecida uno a uno, a paso lento y con mirar receloso, se fue colocando en semicírculo, muy apretado, enfrente de ; y como no sabían qué decirme, por más que yo les preguntaba muchas tonterías, y su madre me los iba nombrando por orden de edades, a la vez que los reñía, y no con gran coraje, por un descortés atrevimiento, cada cual entretenía el tiempo y conllevaba el mal rato como mejor podía: quién pellizcándose las narices, quién rascándose la cabeza y quién alguna parte de su cuerpo más baja y más trasera. «Pero ¿no parece me decía su madre en tanto , que gobierna Satanás a estos arrastrados?

Esto le hacía ser tímido con muchas vendimiadoras que le gustaban, limitándose en sus placeres a una perversión intelectual, a hacerlas beber por la noche para verlas alegres, sin las preocupaciones del pudor, charlando entre ellas, pellizcándose y persiguiéndose, como si estuviesen solas. Con María de la Luz mostrábase igualmente circunspecto.

Frases con las que dejaba helados a sus novios, que se contentaban con mirarla desde la esquina, blanqueando los ojos, retorciéndose el bigote, si lo tenían o pellizcándose el punto donde debieran tenerlo, y entregándose a toda suerte de ejercicios gimnásticos con sus respectivos bastones, cosa que creían la más sublime expresión del chic y la más elocuente prueba de su experiencia en asuntos amorosos.