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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Así dijo, y eso que yo le hice el discurso que pronunció el 16 de Septiembre. Yo no fuí a los exámenes. El señor cura, que es persona excelentísima, me invitó; pero ¡mamola! ¡no fuí, no fuí!... ¡Qué había de ir este pobre viejo! Ocaña vino después a darme satisfacciones, y con mil hipocresías me negó lo dicho.... ¡Embustero!

Le llamaba loco, y embustero, y bromista; pero cuando, después de la polca, se sentaron juntos, en vez de incomodarse por la insistencia del cantante, se quedó un poco seria, suspiró dos o tres veces, como una doncella de labor no comprendida, y acabó por ofrecer a Minghetti una amistad desinteresada; pura amistad, pero leal y firme.

Cuando dijo Ulises que tampoco estaba seguro de su gente y que el viaje era imposible, la mujer volvió su cólera contra él. Parecía haber envejecido de golpe diez años. El marino la vió con otra cara, de una palidez cenicienta, las sienes fruncidas, los ojos con lágrimas iracundas y una leve espuma en las comisuras de su boca. Hablador... embustero... ¡meridional! Ulises intentó calmarla.

De vez en cuando miraban al revolucionario con ojos insolentes. «¡Un tío embustero, como todos los que se presentaban en busca de los trabajadores! Los que habían seguido sus doctrinas pudrían tierra en el cementerio, y él estaba allí... Menos sermones y más trigo...» Ellos eran listos, habían visto lo suficiente para enterarse y estaban con el que daba.

Muchos ni sentían la curiosidad de aproximarse a él: hasta habían sonreído irónicamente, como si dijeran: «Un embustero más». Para ellos eran embusteros los periódicos que leían los viejos en voz alta; embusteros los que hablaban de la fuerza de la asociación y de una revuelta posible: sólo eran verdad los tres gazpachos y los dos reales de jornal, y con esto, alguna borrachera de vez en cuando y el asalto de una trabajadora, a la que afligían con el engendramiento de un nuevo desgraciado, se consideraban felices mientras duraba en ellos el optimismo de la juventud y la fuerza.

Imaginó, por último, Elisa, que le iba sucediendo con el Conde lo que al pastorcillo embustero de la fábula, que gritaba: «¡Al lobo! ¡Al lobocuando el lobo no venía, y que una vez que el lobo vino, no le valió gritar «¡Al loboporque los que podían socorrerle no dieron crédito a sus gritos. Elisa calculó que el Conde no acudía al reclamo, temeroso de nueva burla.

Era tan insólito que un gallego se atreviese a bravear de exagerado y embustero delante de un andaluz, que éste, herido en su amor propio y en los fueros de su país, llegaba en ocasiones a enfadarse, dudando si Saleta era un tonto o por tales tenía a los que le escuchaban.

¡Pero este D. Ramón cuándo se cansará de inventar patrañas! se decían los unos a los otros por lo bajo, todo por causa de aquella maldita reputación de embustero que había adquirido. Pue eztán bien atrazaiyo en Holanda, amigo Zaleta manifestó Valero, que no le dejaba pasar una.

Traidor, cruel, vengativo y embustero, ¿qué deservicios te había hecho este triste, que con tanta llaneza te descubrió los secretos y contentos de su corazón? ¿Qué ofensa te hice? ¿Qué palabras te dije, o qué consejos te di, que no fuesen todos encaminados a acrecentar tu honra y tu provecho?

Después, haciendo una mueca de fingido desdén, se lo alargó otra vez diciendo: Toma, toma, embustero. Pero antes de llegar a manos de Gonzalo, Cecilia extendió la suya y se lo arrebató riendo. ¿Qué papelitos son ésos? Venturita, como si la hubieran pinchado, brincó en el asiento y sujetó fuertemente la muñeca de su hermana.

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