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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Por ella supo Ramiro que los lacayos de Gonzalo de San Vicente hablaban a menudo con doña Alvarez; y que Pedro, el hermano menor, apenas se embriagaba en alguna taberna, poníase a gritar, dando puñetazos sobre las mesas, que así que Gonzalo llegara a casarse con la hija de don Alonso, él les daría, a uno y otro, de puñaladas, la misma noche de la boda.

Su estatura y su elegancia era lo único que la hacía destacar sobre la muchedumbre. Y bajo la curiosa y ávida mirada de todo el mercado, Rafael sonreía frente a ella, admirándola fresca, sonrosada, con la viveza de la ablución matinal, esparciendo un perfume indefinible de carne sana y fuerte que embriagaba al joven.

El aroma de sus flores embriagaba. De situación tan bella procedía en todos aquel deseo febril de goces y el delirio de llamar la atención, de parecer mucho más de lo que realmente eran. La señora de Pez ya no aspiraba simplemente a que sus hijas casasen con hombres ricos y decentes.

Una noche se le hizo la proposición en plena tertulia; y, francamente, no podía habérsele hecho otra que más le halagara. Quizá se anticipaban sus amigos a un deseo que le embriagaba el alma mucho tiempo hacía.

Ocupando aquella posición deshonrosa se creía honrada. Su cerebro estrecho no comprendía otra gloria que la de ser preferida por tal hombre. Bebía sus palabras y gestos y se embriagaba con ellos. Hallaba gracia y nobleza en los más prosaicos actos de su vida y prestaba tal importancia á sus gustos para vestir, comer ó dormir cual si fuesen preceptos de un código divino.

Te parezco feo, ¿verdad? Pues no tardarás en besar esta cara tan fea y tan negra. Y no temerás mancharte acercando á ella la tuya, blanca como la leche y suave como la manteca. Ya verás cómo debajo de esta capa de carbón hay un hombre que sabe tratar como se merecen á las niñas bonitas... Aquí Plutón soltó una formidable carcajada. Su triunfo le embriagaba. Demetria estaba muda.

La pluma, divagando por la bóveda del salón sintió que desde la mesa subían á acariciar sus sentidos los dulces vapores de la mesa, y se embriagaba con la fragancia de los vinos, escanciados sin cesar en copas de oro.

Repartidos por los montes, en las mesetas y hondonadas, algunos caseríos rodeados de castaños y nogales. Los tres viajeros se detenían á menudo á tomar aliento y se sentían gozosos. El olor penetrante del heno les embriagaba, les hacía sonreir. El mismo Celso, enamorado de la tierra del sol y las aceitunas, no podía sustraerse al hechizo de aquellas montañas frescas y virginales.

Observó que los clavos de la puerta figuraban cabezas de leones. Llamó de nuevo. El exceso de emoción le embriagaba. Por fin, el cerrojo crujió levemente y el postigo entreabriose; doña Alvarez asomó la cabeza, y después de haberle observado un instante, le dijo en voz baja: ¡Albricias, señor don Gonzalo!

Esta habitación obscura y húmeda exhalaba un vaho de alcohol, un perfume de mosto, que embriagaba el olfato y turbaba la vista, haciendo pensar que la tierra entera iba á quedar cubierta por una inundación de vino.

Palabra del Dia

atormentada

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