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Actualizado: 9 de julio de 2025
Razón le sobraba al gran Donoso al tronar tanto contra el casino, en su elocuente libro sobre el Catolicismo. Es verdad que siempre ha habido casino, sólo que antes, para los ricos, se llamaba la casilla, y estaba en la botica, y para los pobres, el casino estaba en la taberna.
A este fin le escribió nueva carta, lo más elocuente que supo. La contestación de D. Juan no se hizo aguardar más de un día, y fue tan impensadamente satisfactoria para D. Acisclo, que de ella provino el contento que mostraba cuando se animó doña Manolita a preguntarle la causa de él, y la facilidad y buen talante con que lo declaró todo a doña Luz, a Pepe Güeto y a la mencionada hija del médico.
En fin, ella está tan elocuente, que el galán, aunque al principio se resiste llamando a la muchacha dama de la media almendra, al cabo se deja convencer, pero no de repente, sino poquito a poco; y según va entrando el convencimiento en su ánimo y ella sigue hablando, él la interrumpe a trechos diciendo al confitero: Quite usted jierro.
Ella es la garantía de la libertad del comercio en el Mediterráneo; es el lazo de unión entre la civilizacion europea y la semi-barbárie africana; es una promesa de progreso, y una enseñanza severa y elocuente para las naciones que rechazan todavía los consejos de una política de tolerancia y equidad.
Lo que la había dicho ya era algo; pero el modo de decírselo no podía ser más expresivo ni elocuente.
Es porque tienes celos de ese capellanzaco que lleve el diablo... Mira, Jacinto, si te ofende que hable con él no lo haré más; pero aunque te ofenda me dejarás que te diga una cosa... y es que eres un papanatas. Y acompañó esta reflexión de un pellizco tan elocuente que Jacinto no tuvo más remedio que darse por convencido. En un instante quedaron hechas las paces.
Me han encantado porque coincidían con mi parecer y eran como el eco adulador, harto amortiguado y debilísimo, de lo que yo pensaba. El más elocuente encomio que me ha hecho Vd. de D. Luis no ha llegado, ni con mucho, al encomio que sin palabras me hacía yo de él a cada minuto, a cada segundo, dentro del alma. ¡No te exaltes, hija mía! interrumpió el padre vicario.
Entró el señor de Luzmela en el cuarto de Julio, con el alma abierta, un alma que rondaba en infatigable guardia de honor en torno a la niña triste de los ojos garzos. Ella estaba allí, tímida y culpada, ante la mirada elocuente de su amigo.
El cura don Sabas concurría muy a menudo y tan soso como la primera vez; pero a mí ya no me lo parecía después que le había visto tan «elocuente» sobre los riscos de la montaña: consagrábale por eso cierta veneración, independiente de la que le debía por su investidura y por sus virtudes, y se me antoja que no lo desconocía él ni le desagradaba.
Ninguna frase de todos los idiomas de la tierra hubiera podido ser tan elocuente como aquel sonrojo. En seguida salieron al despacho, sin hablarse. Cuando él se marchó, Paz corrió hacia su cuarto, se acercó a un balcón y, levantando un poco el visillo, le vio desaparecer tras los troncos de los árboles del paseo.
Palabra del Dia
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