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Actualizado: 15 de junio de 2025
Un pequeño alejamiento del avión, que tenía la forma y los colores de un lagarto alado, estrechó en torno del cuello de Edwin el cable metálico. Bajando sus ojos pudo examinarlo de cerca. Parecía hecho de un platino flexible y era inútil todo intento de romperlo.
Terminaron los sacudimientos al quedar atrás la línea de rocas submarinas, y un mar de azul obscuro y profundo se extendió sin límites ante la proa del bote. Entramos en el mundo de los Hombres Montañas gritó alegremente Gillespie. Después de estas palabras se hizo inmediatamente la noche, y Edwin sintió de golpe toda la fatiga de los esfuerzos que llevaba realizados.
Pero Edwin se había inclinado sobre él, tomándole con sus dedos, y lo elevó hasta el mismo bolsillo donde estaba oculta Popito. Al hacer este movimiento cayeron de su pecho muchas flechas que habían quedado medio clavadas en el paño de la chaqueta.
A pesar de las grandes muestras de escándalo que provocaba en Flimnap la audacia de los dos amantes, se notó en su voz cierta admiración. Unos días antes su protesta hubiese sido sincera, pero después de conocer á Edwin pensaba de distinto modo, mostrando veneración por todos los que sacrificaban la seguridad y las comodidades de su existencia en pro de un amor.
Evitaba ostensiblemente el invitarlo á sus fiestas; fingía no conocerle; estorbaba con frecuentes astucias que su hija pudiera encontrarse con él. Miss Margaret se mostraba triste cuando de tarde en tarde conseguía hablar con Edwin, lejos de la agresividad de su madre y de la animadversión de todas las familias amigas, igualmente hostiles á él.
Pasó mucho tiempo sin que la obscuridad volviera á cortarse con la menor raya de luz, y Edwin sintió el desencanto de un público cuando se convence de que es inútil esperar la continuación de un espectáculo. Volvió á tenderse, buscando otra vez el sueño; pero, al descansar la cabeza en la hierba, oyó junto á sus orejas unos trotecillos medrosos y unos gritos de susto.
Edwin creyó ver que era el doctor quien había tomado la iniciativa, de estas caricias, con una impetuosidad varonil. Pero esto no le produjo extrañeza alguna. Ya estaba acostumbrado á las tergiversaciones de este mundo dominado por las mujeres. Lo que él deseaba era conocer el rostro de la joven universitaria y oir lo que se decían ambos, pero no resultaba empresa fácil.
Acostumbrada á ver en los salones de su casa á muchos hombres que habían empezado su carrera siendo pobres y ahora eran millonarios, se imaginó que esta era inevitablemente la historia de todos los humanos y que á Edwin le llegaría su turno. Pero la madre velaba, y cortó con una enérgica resolución esta rebeldía mansa. La señora y la señorita Haynes desaparecieron de su hotel.
Le suplico, miss Margaret dijo Edwin , que calle un momento y me deje pensar. Al oirse llamar así, creyó Popito que verdaderamente sus lamentos distraían al gigante, y permaneció silenciosa. Por un fenómeno mental debido á la influencia irresistible de su egoísmo, Gillespie empezó á pensar, contra su voluntad, en el antiguo traductor convertido en guerrero.
Esta madera afectaba una forma que no era desconocida para Edwin. Después de examinarla con los titubeos de un entendimiento todavía confuso, acabó por descubrir que era el brazo de un sillón. Una vez hecho este descubrimiento, todo lo demás resultó fácil para él; sus facultades despertaron instantáneamente, ayudándose unas á otras.
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