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Actualizado: 14 de junio de 2025


No sabía lo que pensaba, no podía medir la inmensidad del trastorno que su pariente le exigía, no estaba resuelto sino á echarse en brazos del primero que fuera capaz de consolarle. Llegó por fin, después de preguntar mucho, á la calle de Válgame Dios. Vió el número de la casa, miró á las ventanas del segundo piso y había luz en las habitaciones.

No pudo concluir la frase, porque le vino de lo hondo del cuerpo a la boca una tan voluminosa cantidad de gases, que las palabras tuvieron que echarse a un lado para darle salida. Fue tan sonada la regurgitación, que doña Lupe tuvo que apartar la cara, aunque Nicolás se puso la palma de la mano delante de la boca a guisa de mampara.

Un estremecimiento delicioso agitó sus venas, como si por ellas corriesen luz y fuego en vez de sangre. Estuvo a punto de echarse a los pies de Juanita y besárselos, pero aún se reportó y dijo: Quiero creer, creo en tu sinceridad de este momento. Mi modestia, con todo, me induce a temer que tal vez te alucinas, que tal vez misma te engañas, que tal vez te arrepientas del paso que das ahora.

Estos hombres se engañan á propios, dijo el médico con alguna más vehemencia de la que le era natural, y haciendo un signo ligero con el dedo índice, temen echarse sobre la ignominia que de derecho les pertenece.

Ella lo miraba con mucho cariño, como si le preguntase cosas: y él la miraba con los ojos tristes, como si quisiese echarse a llorar. Pero enseguida se ponía contento, se montaba a Nené en el hombro, y entraban juntos en la casa, cantando el himno nacional.

Pero el molimiento del cuerpo le hacía apetecer las gruesas y frescas sábanas, y omitió la letanía, los actos de fe y algún padrenuestro. Desnudóse honestamente, colocando la ropa en una silla a medida que se la quitaba, y apagó el velón antes de echarse.

Irguiose, y sin ser visto ni sentido por la doncella, fue a echarse solo sobre la cama, y a soñar en aquel beso que Beatriz había espantado con su grito, en aquella boca tentadora y terrible que palpitaba y mariposeaba desde entonces por delante de su alma. A la mañana siguiente, a la hora de costumbre, Ramiro encaminose a la calle de Beatriz. Pasó y repasó muchas veces por delante del palacio.

Luego llegó un soldado de la compañía de D. Gastón, que se llamaba Varón, con una carta. Estando este soldado para echarse al agua, le dijo D. Alvaro: «Decí á los Capitanes del fuerte que se tengan por todo hoy, si fuere posible.» Y aún no era la gente que se había salido á pelear de dentro del fuerte, cuando algunos Capitanes y otros particulares se recogieron al castillo.

Salen dos hidalgos a tomar el sol muy embozados en sus capas, y se encuentran al revolver de una esquina. «Hola, compadre, dice el uno: ¿cómo vamos?» Y el otro contesta: «Trampeando: ¿y V., compadre?» «Trampeando, trampeando tambiénreplica el que hizo la pregunta. Así nada tienen que echarse en cara, y se van juntos de paseo, en buen amor y compaña.

Compadecí de todo corazón al infeliz magistrado que tendría que echarse al coleto el indigesto fárrago, y temí que de puro aburrido sentenciara en contra de los patrocinados por Castro Pérez. Leí en alta voz el alegato. Mi hombre quedó satisfecho. ¡Bien! ¡Bien! exclamó. ¡Mucha lógica! Veamos esos latines. No les puso tacha.

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