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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Ya que hubo llamado a misa, bajó una de las lámparas, le echó aceite, sacudió con un paño las molduras de los altares. Luego se fue hacia el fondo y desapareció por una puertecita lateral que debía de ser la de la sacristía. La capilla me parecía desierta.
Echó pie a tierra, se puso en un brazo las riendas del caballo y, sin ofrecer el otro brazo a su compañera, se metió en las espesuras que rodean al parque y dio unos cien pasos en silencio seguido por la joven temblorosa y agitada y que, con el corazón oprimido por aquel tono de burla, trataba en vano de contener dos gruesas lágrimas que rodaban bajo sus anteojos azules.
Después de una larga contemplación, les volvió la espalda con sumo desdén y se puso a liar un cigarrillo. En seguida echó a correr a la estación, sin acordarse de que no había comido en muchas horas ni de que sentía en el estómago el agudo malestar del hambre.
El mancebo echó, al pronto, una mirada a sus vestidos, estirose las calzas, apretose las agujetas del jubón, pidió a su madre una lechuguilla fresca; y luego, un espejo, un peine y un bote de unto para aderezarse el cabello. Hizo esto último con visible complacencia, hermoseando la expresión ante su propia imagen. Faltábale alguna joya.
Cuando se vieron libres de él, Santa Cruz le echó mil pestes, y dijo que algún día había de tener ocasión de darle el par de galletas que se tenía ganadas. «Este danzante tuvo la culpa de que yo me pusiera aquella noche como me puse y de que te contara aquellos horrores...». Por aquí empezó a enredarse la conversación hasta recaer otra vez en el punto negro.
Y Lidia... Al verla otra vez había sentido un brusco golpe de deseo por la mujer actual de garganta llena y ya estremecida. Ante el tratado comercial que le ofrecían, se echó en brazos de aquella rara conquista que le deparaba el destino. ¿No sabes, Lidia? prorrumpió alborozada, al volver su hija Octavio nos invita a pasar una temporada en su establecimiento. ¿Qué te parece?
Si, señores, ¡vivan las Juntas! exclamó uno, levantándose . Yo me sé de memoria aquel papel que echó a la calle la de Córdoba, diciendo... Óiganme: «¡Cordobeses: los reinos de Andalucía se ven acometidos por los asesinos del Norte; vuestra patria va a ser oprimida bajo el yugo de un tirano; vosotros mismos seréis arrancados de vuestros hogares y de vuestras casas.
Mas su escudero no quería, porque tenía gran temor. Entonces tomó Saúl su espada, y se echó sobre ella. 5 Y viendo su escudero a Saúl muerto, él también se echó sobre su espada, y murió con él. 6 Así murió Saúl y sus tres hijos, y su escudero, y todos sus varones juntamente en aquel día.
Solo y levantado está en la sala de arriba dijo la mujer del alguacil. Sin aguardar más contestación ni más permiso, Juanita apartó a un lado a su interlocutora, echó a correr, subió las escaleras, dejó el manto en un banco de la antesalita y entró destocada en la sala donde estaba don Paco.
Con esto, se fueron todos a acostar para una hora que quedaba o media, y el estudiante lo puso todo en las alforjas, y en la capilla del gabán le echó una gran piedra, y fuese a dormir. Llegó la hora de caminar; despertaron todos, y el viejo todavía dormía. Llamáronle, y al levantarse, no podía levantar la capilla del gabán.
Palabra del Dia
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