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Actualizado: 20 de junio de 2025
Diga usted más bien Marcel Prevost... En cuanto a mí, te engañas seguramente, abuela. No, no, sé lo que me digo... Ya estás entusiasmada por las teorías de ese caballero... ¡Ah! qué jóvenes las actuales... ¡Ay! gimió la de Dumais a modo de aprobación. ¿Por qué educar a las jóvenes como se hace ahora? dijo la abuela con más energía.
Al salir de la Catedral, la voz de Francisca Dumais me interpeló: Magdalena, ahí tienes un sermón de tu cuerda. A una amiga de las solteronas le gusta que se ocupen de ellas. ¿Por qué no? respondí alegremente. ¿Y tú? Eso no va conmigo dijo Francisca con una mueca de infinito desdén.
Embustera dijo Francisca a la sordina, mientras yo me mordía los labios para no reír. ¡Ah! gimió la de Dumais, nuestras pobres hijas no podrán decir otro tanto... Lo diremos de todos modos, mamá. A cuarenta años de distancia se dicen siempre esas cosas aunque sean inexactas exclamó Francisca sin poder contener su maldita lengua.
La de Dumais parecía literalmente sobre ascuas, la abuela fruncía la nariz y la de Aimont contenía una enorme gana de reír, mientras que la de Sarcicourt y Paulina echaban a su alrededor miradas de ciervas moribundas. Hacer frente a la intrépida señorita Bonnetable... Qué audacia...
El señor Dumais, a ruego de Francisca, se ha desvivido por acompañarle y enseñarle las curiosidades de la población, y, en una palabra, todos han puesto de su parte para que el arqueólogo encuentre en Aiglemont algo más que la antigüedad... ¿Ha encontrado, verdaderamente?... ¿Se lleva una impresión seria y duradera?... ¡Cómo quisiera saberlo!...
¡Víbora! murmuró Francisca entre dientes. ¡Oh! protestó la abuela, Petra es amiga de mi nieta y es encantadora. Y muy distinguida confirmó la de Aimont. Enteramente como es debido afirmó la de Dumais. ¡Ah! si Francisca se le pareciese... terminó dando un suspiro.
¿Si? dijo la abuela interesada. ¿Y qué respondió el señor Dumais? Papá se enfadó al principio, y cuando volvió a casa regañó a mamá diciendo que su debilidad era la causa de este nuevo incidente. Pobre señora de Dumais gimió la Sarcicourt. Es tan buena... Demasiado buena dijo la abuela entre dientes. De modo siguió diciendo más alto, que no se casa usted, Francisca...
A mí tampoco me extrañan las reflexiones maternales... Cuando llegamos a mi casa ofrecí a todas las señoras una taza de té. Las de Brenay y Dumais tenían prisa por volver a sus casas, y rehusaron; pero las tres jóvenes aceptaron. Celestina, que sabe cuánto me gusta tomar un refrigerio al volver de paseo, lo preparó todo en seguida, y entre una galleta y una tostada continué mis confidencias.
A los veinticinco años debe una mujer decidir ella misma su vida... Te prevengo que no toleraré más que te sustraigas a la menor petición de matrimonio como lo has hecho hasta hoy. Pero abuela repliqué victoriosa, sabes que no estaré libre a las dos. La señora de Dumais y Francisca van a venir a buscarme para ir a paseo, de modo...
¡Francisca! protestó la señora de Dumais que llegó con la abuela adonde estábamos nosotras. La abuela sonrió con expresión equívoca, pues no aprecia el carácter libre de que se jacta Francisca. Pertenece ésta, en efecto, a un género poco conforme con las sanas tradiciones, que son las que gustan a la abuela y a sus amigas. No hay, pues, ninguna más criticada ni vigilada que mi pobre Francisca.
Palabra del Dia
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