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Actualizado: 14 de octubre de 2025
Bastante hago con tolerar en nuestra casa estas cosas. ¡Ay!, ¡si supieras cómo me duelen las miradas de la gente...! En realidad, había sido menor de lo que él esperaba el escándalo producido en las Claverías por la vuelta de Sagrario. Estaba tan afeada por la enfermedad y las penalidades, se notaba en ella tal fatiga, que ninguna mujer sintió animosidad contra ella.
-La causa dese dolor debe de ser, sin duda -dijo don Quijote-, que, como era el palo con que te dieron largo y tendido, te cogió todas las espaldas, donde entran todas esas partes que te duelen; y si más te cogiera, más te doliera.
Un minuto después ya no había ninguno. ¿Dónde se metieron? Si os llamáis amigos nuestros, ¿por qué no lo demostráis cuando llega el caso? ¿Pensáis que los palos de los de Aller no duelen como los de Lorio? ¿Ó es que solamente somos amigos cuando nos encontramos allá á la orilla del río, y acá sobre los picos ya no nos conocemos? A medida que hablaba, Nolo se había ido exaltando.
Y, porque no pierdas por carta de más ni de menos, yo estaré desde aparte contando por este mi rosario los azotes que te dieres. Favorézcate el cielo conforme tu buena intención merece. -Al buen pagador no le duelen prendas -respondió Sancho-: yo pienso darme de manera que, sin matarme, me duela; que en esto debe de consistir la sustancia deste milagro.
Miguel le escribía: «Aún siento, picaronaza, tus manos entre mis cabellos y aún me duelen los tirones que me dabas. Media hora por lo menos tardaba tu doncella Rosalía en ponerme la cabeza como la de un querubín; y tú ni un segundo siquiera en dejármela como una selva enmarañada! ¿Conservas fidelidad a los gatos?
ELECTRA. ¿Pues sabe usted que creo que todavía me duelen...? Pero vamos al caso. Advierto a usted, Electra, que esto es reservadísimo. Queda entre los dos. ELECTRA. ¡Oh! me da usted miedo, Don Leonardo. CUESTA. No es para asustarse. Vea usted en mí un amigo, el mejor de los amigos; vea en este acto el interés más puro, el sentimiento más elevado... Sí, sí: no dudo... pero...
Todavía le duelen, como algo vergonzoso, las atenciones del coronel en la mesa, partiendo su carne, cuidándole como á un niño, esforzándose por suplir la ausencia de su brazo. ¡Adiós, príncipe Lubimoff!... Aunque quisiera continuar su existencia egoísta, dedicada por entero al placer, le sería imposible.
Harías mal en no estimarlas sinceras... Además, no necesito yo decirte lo mucho que vales. Eso lo sabe todo el mundo. Gracias, gracias. ¿Te has cansado de jugar? Me duelen un poco las muelas. Sácatelas. ¿Todas? Las que te duelan, hijo. ¡Ave María! ¡Con qué indiferencia lo dices! ¿A ti no te importaría nada, por supuesto? Yo siento siempre los males del prójimo. ¡El prójimo! ¡Qué horror!
Palabra del Dia
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