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Actualizado: 4 de junio de 2025
O el de un pobre que cuente oro; O el de un enamorado que besa y devora a una mujer hermosa; O el de un diputado de la oposición que se mete debajo del brazo una cartera; O el de un hambriento que come en la fonda del <sc>Cisne</sc>. Me he metido en la cama, pero no he conseguido dormirme. La realidad huye de mí: el sueño me persigue. Soñemos, ya que no podemos vivir. Soñemos escribiendo.
¿Cómo las nueve? ¿Y por qué no me has llamado á las siete y media?... ¡Por vida de!... ¿No te he dicho que me llamases á las siete y media? Es verdad, pero usted me ha encargado le dijese que eran las nueve. ¡Ah! ¿De modo que no son las nueve? No, señorito; son las siete y media. Está bien; vete y vuelve por aquí dentro de un cuarto de hora por si acaso he vuelto á dormirme.
Me gustaba quedarme así, una hora por lo menos, con los ojos bien abiertos en la obscuridad, y soñando: tenía la facultad de poder quedarme despierta todo el tiempo que quería, y de dormirme tan pronto como me parecía conveniente; para ello no tenía más que hundir la nariz en la almohada, y era cosa hecha.
Tanta vergüenza tengo de mí, que quisiera no hubiese espejos en el mundo... Siento llegar a ese lindo ganso de Melchor: es la una. Yo debería dormirme. ¡Si Dios quisiera darme un poquito de sueño!... Me volveré de este otro lado. »Ya siento un poco de sueño.
Yo me acuerdo de ti todos los días y a todas horas: lo que hay es que con los mejores propósitos de escribirte «mañana» cada vez que apago la luz para dormirme, viene el diablo con una trampa de las suyas en cuanto me despierto... y hasta la otra.
Es que si cuentas, cuentas pronto; y si no, lo dices, para dormirme. No estoy yo aquí esperando a que al señorito le dé la gana de tenerme en vela toda la noche. Cállese usted, so tía... Diciendo esto, volvió hacia ella, sentándose en el lecho y haciéndole mil ternezas.
Yo sabía que estaba soñando. ¡Y sin embargo no podía dormirme!... ¿Quién hubiera dormido con semejante preocupación? ¡No, no dormí un instante en toda la noche! Puso él la bandeja sobre una mesa, y salió disparado, cerrando la puerta. Al cerrarla dio un chillido, porque se apretó la cola. Dejé que el desayuno se enfriara en la taza durante todo el día.
Y Alejandro acabó de derribar todos los soldados de mi ejército, mientras yo, pensativo, vacilante en la bondad de mi causa, dejaba hacer, sin atreverme a tomar la ofensiva. Aquella noche me costó dormirme; era día entrado ya, cuando me desperté en medio del sobresalto de un sueño en que me veía amarrado a un árbol, y en momentos de ser fusilado por el señor de la tienda.
Me despierto y suspiro y vuelvo a dormirme para ensoñar hasta el día de la verdad, que el oro, capaz de tantas locuras, no podrá jamás comprar. ¡Bello río! en tu clara y brillante onda de cristal, agua vagabunda, eres un emblema del esplendor de la belleza, un emblema del corazón que no se esconde ahora, un emblema de la alegre fantasía de arte en casa de la hija del viejo Alberto.
Vivimos mal, Feli decía . ¿Crees tú que estoy satisfecho de la existencia que te ofrezco?... Ahora podemos sufrirlo todo porque somos jóvenes, porque nos amamos. Tenemos la salsa que hace chuparse los dedos con el plato más insípido: la alegría y el amor... Yo estoy bien, nene. Quisiera quedarme para siempre así... con la cabecita en tu hombro... y dormirme... y no despertar nunca.
Palabra del Dia
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