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Es necesario, pues, evitar de todo punto que le pongan a uno en salmuera. Pero diréis, y con razón: el autor está loco: Perdonad: una palabra. Tened en cuenta que he empezado mi novela por el epílogo: es decir, que la he acometido por la cola. Este epílogo, reducido a su verdadera expresión debía constar únicamente de estas palabras: <sc>El autor se ha vuelto loco</sc>.

O bien si no os agrada el modismo: <sc>El autor ha enloquecido</sc>. O bien: El autor no ha logrado todavía encontrar su juicio, y se lo pide a sus lectores. Era ya muy tarde, o por mejor decir muy temprano. Los relojes de la villa de Madrid habían marcado las tres de la mañana.

Veremos si al fin me salgo con la mía, que es un grano de anís, nada menos que levantarles un edificio de nueva planta, un verdadero palacio con la holgura y la distribución convenientes, todo muy propio, con departamento de esto, departamento de lo otro, de modo que me quepan allí doscientos o trescientos huérfanos, y puedan vivir bien y educarse y ser buenos cristianos». ii<sc/>

Hay diez musas. O por mejor decir, no hay diez musas sino una. Antes había nueve. La una, que las ha matado, es una musa horrible que vive de dar muerte. Esa musa es el <sc>Hambre</sc>. El hambre es la musa de los españoles. ¿Quién dijo esto? ¿Quién lo dijo? Venturita. No señor: don Ventura. Aun no señor: el excelentísimo señor don Ventura de la Vega.

¡Y es tan positivista el siglo <sc>xix</sc>! En otros tiempos la hermosura y la virtud podrán haber sido un magnífico dote: hoy el dote está sobre la virtud y sobre la hermosura: los viejos son los únicos que se casan con las mujeres jóvenes, honradas y bonitas. El siglo <sc>xix</sc>, bajo cualquiera faz que se le mire, es el siglo de la sangre y del lodo. El siglo de la compraventa.

El siglo <sc>xx</sc> hará la historia del siglo <sc>xix</sc>. ¿Qué podía esperar Amparo? Una vida de sufrimiento. Porque Amparo tenía la desgracia de flotar, soñando, en alas de su entusiasmo, en una región a la cual sólo podía alzarse su deseo.

O el de un pobre que cuente oro; O el de un enamorado que besa y devora a una mujer hermosa; O el de un diputado de la oposición que se mete debajo del brazo una cartera; O el de un hambriento que come en la fonda del <sc>Cisne</sc>. Me he metido en la cama, pero no he conseguido dormirme. La realidad huye de : el sueño me persigue. Soñemos, ya que no podemos vivir. Soñemos escribiendo.