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Pase los Andes cuanto antes; al otro lado está Chile, y allí puede usted esperar... En el mundo todo se arregla, bien ó mal; pero todo se arregla. El francés habló con desaliento. No tenía dinero; lo había gastado todo en aquella fiesta, que ahora le parecía un disparate. ¿Cómo vivir en Chile, donde no conocía á nadie?...

Pues las flores dijo el ciego, algo confuso, acercándolas a su rostro son... unas como sonrisillas que echa la tierra.... La verdad, no mucho del reino vegetal. Madre Divinísima, ¡qué poca ciencia! exclamó María, acariciando las manos de su amigo . Las flores son las estrellas de la tierra. Vaya un disparate. ¿Y las estrellas, qué son?

Toda la costa nos pertenecía, en todas partes bailábamos, pasábamos el domingo entero en fiestas y por la noche, o el lunes de madrugada, nos poníamos en viaje para la ciudad. El pobre viejo se animaba con sus recuerdos, y después, como despertado de su sueño por el presente, proseguía: ¡Qué disparate he hecho en casarme, Julio, con una mujer tan joven!

A lo cual respondió Sancho: -Escríbala vuestra merced dos o tres veces ahí en el libro y démele, que yo le llevaré bien guardado, porque pensar que yo la he de tomar en la memoria es disparate: que la tengo tan mala que muchas veces se me olvida cómo me llamo. Pero, con todo eso, dígamela vuestra merced, que me holgaré mucho de oílla, que debe de ir como de molde.

El eclesiástico, que oyó decir de gigantes, de follones y de encantos, cayó en la cuenta de que aquél debía de ser don Quijote de la Mancha, cuya historia leía el duque de ordinario, y él se lo había reprehendido muchas veces, diciéndole que era disparate leer tales disparates; y, enterándose ser verdad lo que sospechaba, con mucha cólera, hablando con el duque, le dijo: -Vuestra Excelencia, señor mío, tiene que dar cuenta a Nuestro Señor de lo que hace este buen hombre.

Soy viejo para ella, tía María respondió Stein suspirando y sonrojándose al darse cuenta de que en cuanto a él, llevaba razón la buena mujer ; soy viejo repitió , para una niña de dieciséis años y mi corazón es un inválido a quien deseo hacer la vida dulce y tranquila y no exponerlo a nuevas heridas. ¡Viejo! exclamó la tía María , ¡qué disparate! ¡Pues si apenas tiene usted treinta años!

No puedo... Bien sabes que soy tu amigo: hasta me haces el honor de reconocerme como pariente; te debo mucho; ¡pero eso que me pides... no! Es un disparate, una locura. Forzosamente habíamos de terminar así; lo he presentido hace algún tiempo. Pero de nada puede servirnos recordar lo pasado: ya no eres el Lubimoff que decía aquellas paradojas.

Dolíanle como un remordimiento sus audaces palabras, el susto de Margalida, la carrera de terror con que había terminado la entrevista. ¡Qué disparate el suyo!... Era el resultado de su viaje a la ciudad, la vuelta a la vida civilizada que había trastornado su calma de solitario, despertando pasiones de antaño; la conversación de los jóvenes militares, que vivían con el pensamiento puesto en la mujer... Pero no, no estaba arrepentido de su acción.

La verdad del cuento es que aquel maestro Elisabat, que el loco dijo, fue un hombre muy prudente y de muy sanos consejos, y sirvió de ayo y de médico a la reina; pero pensar que ella era su amiga es disparate digno de muy gran castigo. Y, porque veas que Cardenio no supo lo que dijo, has de advertir que cuando lo dijo ya estaba sin juicio.

Brincaba mi extranjero, y yo le veía dispuesto a hacer un disparate. Amigo, aquí no hay más remedio que tener paciencia. ¿Y qué nos han de hacer? Mucho y malo. Será injusto. ¡Buena cuenta! Logré, por fin, contenerle. Pues ahora no se le despacha a usted; vuelva usted mañana. ¿Volver? Vuelva usted, y calle usted. Vaya usted con Dios. Yo no me atrevía a mirar a la cara a mi amigo.