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Actualizado: 5 de mayo de 2025


En el comedor, con dos caballeros de edad, discutía las cosas públicas el buen tío de Lucía y Ana, caballero de gorro de seda y pantuflas bordadas. La abuelita de la casa, la madre del señor tío, no salía ya de su alcoba, donde recordaba y rezaba. La antesala era linda y pequeña, como que se tiene que ser pequeño para ser lindo.

Se iban cerrando sus ojos y dejaba caer pesadamente la cabeza sobre su hermano, el cual pretendía reanimarle con tremendos puñetazos en los ijares, dados en sordina por debajo de la mesa. Pimentó sonreía socarronamente ante este triunfo. Ya tenía uno en el suelo. Y discutía la cena con sus admiradores. Debía ser espléndida, sin miedo al gasto: de todos modos, él no había de pagarla.

Más de una vez, los ministros a quienes se presentó experimentaron los efectos de fascinación que aquella carátula ejercía sobre el vulgo, y le tomaron por una eminencia no comprendida. Cráneo y entrecejo eran un timo frenopático. Siempre que discutía tomaba un tono tan solemne, que muchos incautos le miraban con respeto.

Ferpierre, desconcertado y confuso ante aquel misterio, discutía estas y otras cuestiones con el juez de paz en la villa, la misma tarde de la catástrofe, después de haber ordenado la traslación del cadáver a la sala de autopsias, y el embargo de todos los papeles que se encontraron en la villa Cyclamens.

Seguía de cerca las intrigas viejas y nuevas que dividen a Europa, vigilaba los progresos del leopardo británico, discutía la cuestión de Oriente, se inquietaba de la influencia de los jesuitas y era presidente de la logia masónica de Corfú. Un excelente hombre que derrochaba más actividad que un marino del antiguo régimen para navegar alrededor de un vaso de agua.

Pero además hacía algunas semanas que se hablaba mucho de la Regenta, se comentaba su cambio de confesor, que por cierto coincidía con el afán del señor Quintanar, de llevar a su mujer a todas partes. Se discutía si el Magistral haría de su partido a la de Ozores, si llegaría a dominar a don Víctor por medio de su esposa, como había hecho en casa de Carraspique.

El principal discutía con don Ramón y otros señores, ricos cosecheros que llegaban con cierto aire despavorido y se serenaban, acabando por reír, luego de escuchar las vehementes palabras del millonario. Montenegro no prestaba atención, a pesar de que la voz de don Pablo, aflautada por la cólera, se esparcía algunas veces por el escritorio.

Ya no se reñía, se discutía con calor, pero sin ira. Los recuerdos evocados, sin intención patética, por doña Paula, habían enternecido a Fermo. Ya había allí un hijo y una madre, y no había miedo de que las palabras fuesen rayos. Doña Paula no se enternecía, tenía esa ventaja. Llamaba mojigangas a las caricias, y quería a su hijo mucho a su manera, desde lejos.

En otros corros se hablaba más del muerto; al menos se discutía el traje que le iban á poner.

Obdulia hablaba con el Magistral y Joaquinito Orgaz; el Marqués discutía con Bermúdez, que inclinaba la cabeza a la derecha, abría la boca hasta las orejas sonriendo, y con la mayor cortesía del mundo ponía en duda las afirmaciones del magnate. , señor, yo derribaba San Pedro sin inconveniente y hacía el mercado....

Palabra del Dia

bagani

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